En los tiempos de Carranza la no intervención invitaba a la reciprocidad, era una estrategia con la que se escondía una idea hoy inimaginable por ramplona: No critico el genocidio que realizas pero tú no te atrevas a voltear a ver las atrocidades que yo cometo.

 

En los tiempos de Carranza el mundo no era mundo; un conjunto de islotes con banderas similares por aislacionistas desperdiciaban las contribuciones de David Ricardo, un economista a quien se le ocurrió demostrar que los niveles óptimos de comercio se obtienen a través del intercambio de bienes pero de forma internacional.

 

Al pasar de los siglos un conjunto de políticos etnocéntricos decidieron apostar por la no intervención, dejando a un lado las externalidades positivas que conlleva, por ejemplo, participar en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz que articula Naciones Unidas. Seis de ellas son:

 

 

  • La presencia de México se desdobla en el mundo, rasgo fundamental para todo país que aspire a mostrar liderazgo.

 

  • Los conocimientos que diversas instituciones de seguridad mexicanas, como el Ejército y la Marina, obtengan en el exterior, son de elevado valor.

 

  • México, por fin, puede ser considerado un actor completo en la ONU.

 

  • La cuarta es la más importante porque tiene al menos un componente sociológico: participar con los Cascos Azules contribuye a enriquecer la visión transcultural del mexicano promedio. Se trata de un reconocimiento de que México necesita del mundo y el mundo debe de tomar en cuenta a México para llenar vacíos de estabilidad institucional.

 

  • Los últimos 12 meses la estabilidad global ha dado un giro inesperado: el radar del Pentágono se ha saturado de problemas que se traducen en una ruptura de equilibrios: ¿Del G20 al G0? México, al adherirse a los cascos azules, revela el rasgo solidario de mantenimiento de la paz. Es una apuesta.

 

  • México consigue equilibrar el peso que tiene Brasil ante Naciones Unidas. En cuestiones de liderazgo es toral que México cubra el espacio que cedió a Brasil durante décadas. Para matizar la estrategia, el presidente Peña Nieto presentó su intención de reformar a Naciones Unidas pidiendo que su Consejo de Seguridad amplíe el número de asientos no permanentes y con posibilidad de reelección de acuerdo con el peso de las agendas.

 

No faltarán los argumentos que hagan de la coyuntura una hipótesis apocalíptica por falsa. Por ejemplo, el riesgo que conlleva el envío de militares a campos de batalla como el sirio o iraquí donde el Estado Islámico intenta establecer un califato; tampoco faltarán derivadas erróneas como la siguiente: si franceses, británicos y estadunidenses han sido degollados con cuchillos yihadistas, por qué razón ciudadanos mexicanos no podrían pasar al estudio televisivo del terror para ser videograbados por terroristas con el ánimo de colocar en redes sociales a la siguiente víctima. La respuesta es sencilla: no ocurrirá porque la decisión que tomó el presidente Obama de atacar al Estado Islámico no pasó por el Consejo de Seguridad. Tampoco se trata de una misión de restablecimiento de paz. Se trata de un combate contra los tics medievales de una tribu fanática.

 

Meade1

 

El embajador Juan Manuel Gómez-Robledo ha visto cristalizada su postura por la que ha trabajado desde hace tiempo; sin duda alguna, la decisión que tomó el presidente Peña es la más exitosa para el hoy subsecretario para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la cancillería. Sobre su recorrido ideológico multilateralista se encontró con las posturas de José Antonio Meade.

 

El 10 de junio de 2012 escribí que la apuesta de José Antonio Meade sería la de dar un giro a los duros rasgos etnocéntricos implantados en la cultura mexicana, es decir, desdoblar el mapa del país para lograr un enriquecimiento cultural en el siglo, precisamente, transcultural. El título que elegí en aquella ocasión fue “Meade, el geocéntrico”.

 

Desde el siglo pasado, en el ITAM, y en particular, en la asociación estudiantil reconocida como Consejo de Alumnos, Meade fue el coordinador general durante la presidencia de Jaime Gutiérrez (1989). En aquella época Meade se encargó de articular acciones y acuerdos. Su visión negociadora se ha proyectado a lo largo de su carrera pública convirtiéndolo en un rara avis de la política mexicana: multidisciplinario (necesaria virtud para interpretar el fenómeno de la globalización) y negociador (fundamental para conversar con la oposición).

 

No me equivoqué porque lo anunciado por el presidente Peña en Nueva York, es la doceava reforma.