Las elecciones pueden representar salidas de emergencia para una población que se siente atrapada en medio de los fuegos económico y político. Y las legislativas venezolanas del 6 de diciembre lo son. La inflación en Venezuela ha diluido la capacidad de compra de los ciudadanos mientras que, políticamente, el gobierno de Nicolás Maduro se agotó súbitamente no sólo por la caída del precio del petróleo sino por los cambios geopolíticos de Latinoamérica y el Caribe.

 

El problema de las puertas de emergencia es que pueden estar atoradas o clausuradas deliberadamente, por lo que un siniestro puede cobrar decenas de vidas humanas. Lo hemos conocido en más de una ocasión, desde una discoteca argentina, rumana o mexicana.

 

Nicolás Maduro se está quedando solo y arrinconado. Le queda el poder de enrarecer el entorno político de su país y las armas.

 

El asesinato de Luis Manuel Díaz, secretario del partido opositor Acción Democrática, el pasado miércoles es el preámbulo de lo que puede ocurrir durante las horas previas a las elecciones del 6 de diciembre.

 

Maduro no quiere exhibir a su partido en las urnas porque sabe que la mayoría ya tiene pruebas de su incapacidad como gobernante. Segmentos de la población venezolana se unen a los que desde la muerte de Chávez sabían que el proyecto político naufragaría. Dos elementos catalizaron la debilidad de Nicolás Maduro: la caída del precio del petróleo y el giro de las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba. Por si faltara un componente político para colapsar el camino madurista, aparece Mauricio Macri, poniendo fin a más de 100 años de gobiernos peronistas, radicales o dictatoriales. Las primeras dedicatorias en política exterior de Mauricio Macri se las hizo a Nicolás Maduro. Promete que reventará a Venezuela en Mercosur apelando a las cláusulas de derechos humanos. Junto a Argentina, los jueces chilenos han obligado a Michelle Bachelet a levantar la voz en contra de Maduro; Brasil se encuentra inmerso en una crisis política que pone en riesgo la continuidad de Dilma Rousseff; Colombia mantiene un diferendo con Maduro en su frontera después de que el mandatario venezolano ordenara el cierre parcial de su frontera común. El presidente ecuatoriano Rafael Correa realiza una reingeniería autócrata para reelegirse y reelegirse.

 

Cuando el chapopote venezolano cubría el mapa latinoamericano, Cristina Fernández se ponía a las órdenes de Hugo Chávez. Se acabó.

 

¿Cuántas amenazas y muertos políticos habrán desde el pasado miércoles hasta el 6 de diciembre?

 

El silencio de Nicolás Maduro ante el asesinato del opositor Luis Manuel Díaz es algo más que lamentable. Como si se asimilara a la cotidianidad de un país supuestamente democrático. Como parapeto de Maduro, el que habló fue el general Diosdado Cabello. Revestido en una retórica contra informativa, se mofó de quienes acusan la participación del gobierno en el asesinato. Cabello demostró indolencia ante la muerte de un político opositor al darle importancia a la crítica de sus enemigos.

 

Unasur y la OEA han hecho sonar las alarmas. Maduro se ha dado cuenta que el único camino que puede salvar a su partido de una derrota mayúscula es la inestabilidad. El voto del miedo lo beneficiaría. Sin miedo, es decir, con libertad, su futuro político corre riesgo. Sin contar con la experiencia populista de Chávez, Maduro puede acercar su oreja a las recomendaciones del general Cabello, por lo que no tendría que sorprendernos que Maduro termine por reventar las elecciones.

 

La mediocridad de los políticos los convierte en seres predecibles. A Maduro no se le conoce una decisión fuera del algoritmo chavista. Su entorno ha cambiado y no lo quiere reconocer. La crisis económica de su país lo mantiene aislado de sus viejos amigos. Otros han perdido el poder a través de las urnas.

 

Estamos por conocer la peor versión de Maduro.