El escándalo es un seguro de vida mediático. Con la eclosión de las redes sociales no existe el escándalo local; es glocal en su rasgo más íntimo y global cuando sus efectos pueden asimilarse a la cultura local. La venta de la imagen siempre ha presentado una demanda inelástica, más allá del costo, el placer de su consumo detona a la demanda. En el mundo de los escándalos sucede algo similar. No existe mejor incentivo para la sociedad del aburrimiento que el escándalo.

 

El meteórico diciembre del presidente Barack Obama lo ha convertido en un miembro más del distinguido cuerpo de la smart diplomacy al haber reconocido que su país ha aplicado una estrategia fallida a través del embargo cubano durante las últimas cinco décadas. En efecto, Obama, el diplomático, vence a la biología cuya esencia infalible terminaría (en algún momento dado) con el capítulo de los hermanos Castro. Su decisión, la de Obama, fue traducida en escándalo para un segmento de legisladores republicanos y para una minoría de anticastristas radicados en Florida y cuyo sueño no realizado es ver caer la cabeza de Fidel en manos del Estado Islámico con transmisión web en 3D. Degollado el problema se resuelve la Historia. Algo así ocurrió con el último suspiro del dictador Sadam Husein, cuya imagen fue emitida por YouTube en horario estelar, es decir, el que usted elija. Qué decir de la muerte de otro dictador, el libio Muamar el Gadafi. Emocionada la tribu que lo acompañaba en su viacrucis, muchos de sus integrantes se dieron tiempo para sacar de sus bolsillos sus teléfonos inteligentes para videograbar la humillación del político. ¿Me dejas tomar un selfie antes de que te matemos?

 

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De Navidad, Obama nos obsequia un rasgo novedoso de su persona: crítico del arte cinematográfico. Sus palabras salvan a The Interview (La entrevista), del ostracismo. Oscar a la peor película del año que en menos de una semana ha producido un granizo de dólares sobre sus productores. Matar a Kim Jong-un  no es cualquier actividad, y si de ficción se trata, más difícil. Resulta inverosímil que a un financiero de Hollywood se le haya ocurrido llevar a las pantallas a uno de los presidentes anodinos de nuestro siglo. Kim Jong-un trata de globalizar su imagen tomándose una foto junto a Dennis Rodman durante un partido de básquet al mejor estilo del actor Jack Nicholson en el estadio de los Lakers. La vanidad de Kim Jong-un lo llevó a detonar una guerra entre hackers: el norcoreano en contra de Sony Pictures mientras que Estados Unidos desconectó internet en el país de Kim Jong-un. Escándalo que derivó en una fantástica campaña de marketing-artístico nada más y nada menos que en la figura de Obama.

 

El escándalo alimenta la imagen de los súper héroes. Con una frivolidad presuntuosa, es decir, con el peor tipo de frivolidad, un grupo de jóvenes se tomaron selfies afuera de una cafetería de Sidney el pasado 14 de diciembre. En su interior, un grupo de personas fueron secuestradas por un loco. Otra vez, la posibilidad de convertirse en hashtag no tiene precio. La posibilidad de presumir: “yo estuve afuera del lugar de la masacre”, elimina el rasgo de desasosiego que produce el “vacío” del anonimato. Ser o no ser; convertirse en selfie o morir.

 

Los escándalos económicos en España y Grecia generan oportunidades a partidos políticos como Podemos y Syriza. Del sepulcro de la confianza nace un: “yo soy la solución”.

 

Lejos quedaron los tiempos millonarios de la actriz Julia Roberts. Jennifer Lawrence, con el escándalo de la nube de Apple, se convirtió en la actriz preferida por Forbes. Es decir, en la solitaria millonaria de Hollywood demostrando que con sus desnudos el escándalo se convirtió en su seguro mediático.