El mapamundi económico ya no coincide con el geográfico; el comercio, uno de los dos motores de la globalización, ha trastocado la tangibilidad del planeta gracias al otro motor: la tecnología. Nos dicen que durante algunos siglos existió Latinoamérica, por lo que el entonces presidente Hugo Chávez nombró a Simón Bolívar como icono para que, funcionando como eje transversal, penetrara en un conjunto de naciones tomando como bandera el odio hacia Estados Unidos. Ese capítulo fue cerrado, en parte y como variable endógena, por la ausencia de liderazgo de Nicolás Maduro junto al componente exógeno como es la caída súbita del precio del petróleo.

 

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Una vez descompuesta la sala de máquinas venezolana, casualidad o efectos correlacionados, el caliche fue cayendo de ornamentos supuestamente democráticos dejando ver lo más execrable de “líderes” como Dilma Rousseff, que actualmente se encuentra bajo los escombros de Petrobras; Cristina Fernández cuya afición por el blanqueo de dinero no encuentra límites (hotel Alto Calafate); Rafael Correa intenta convertirse en editor de todos los periódicos ecuatorianos; Otto Pérez Molina, junto a Roxana Baldetti (quien asumió el cargo de vicepresidenta guatemalteca para operar células mafiosas) desvía ingresos fiscales aduaneros hacia cuentas privadas; el “progresista” peruano Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia, no logran operar un control de crisis por el lavado de dinero orquestado por Heredia, presidenta del Partido Nacionalista. Finalmente, sobre Nicolás Maduro, sólo quedan los reportes sustentados en desertores del ejército chavista: el cártel de narcotráfico, Los Cinco Soles, es operado por el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello (número dos del entonces presidente Hugo Chávez, y quien a petición de Cuba, no se convirtió en sucesor del hoy presidente fallecido por su obsesión militarizada por los golpes). La chilena Bachelet, con la insuficiente irradiación política para cubrir a uno de sus hijos de polémicos préstamos bancarios se convierte en una “líder” sin credibilidad.

 

Sin confianza en el show político queda el bienestar económico. De ahí que muchos líderes traten de sustituir los buenos tratos petroleros de Venezuela por fuertes inversiones en infraestructura china. El país asiático como banco internacional.

 

En efecto, la puntiaguda realidad es el peor enemigo de la retórica, así, Latinoamérica está en un proceso de transformación. Pronto se llamará Latinochina. Lo hizo Cristina Fernández hace dos meses, ahora le tocó a Dilma Rousseff. El martes recibió con los brazos abiertos a Li Keqiang, primer ministro chino, para firmar 35 acuerdos millonarios que incluyen desde la construcción de una vía férrea que enlazará Brasil con Perú a la construcción de un complejo siderúrgico en el norte de Brasil.

 

China nos recordó el martes que es el principal socio de Brasil al firmar acuerdos que suman 47 mil 500 millones de euros en los sectores comercial, financiero e infraestructuras. Si China vio frustrada en México la construcción de una línea férrea debido al conflicto de intereses del presidente Peña, en Brasil desdoblará una vía para unir al océano Pacífico con el Atlántico. (Antes, ya firmó un contrato con Nicaragua para abrir un canal marítimo con el mismo objetivo.)

 

Nosotros, anclados al determinismo del mapamundi que nos enseñan en la primaria, nos resistimos a pensar que, y sin embargo se mueve la geoestrategia. Que el comercio hace el milagro de desplazar continentes que, de manera tangible se desplazan a lo largo de siglos.