Donald Trump ya ganó porque a pocas horas de que inicien las elecciones primarias, el contenido de su agenda fue replicado (y no desmontado) por sus opositores. La dimensión de su victoria es inversamente proporcional al estado de ánimo de Jeb Bush, el político que pensó en su candidatura desde que su padre ingresara a la Casa Blanca en 1989. Hoy, la popularidad de Jeb Bush desfigura en las encuestas.

 

Donald Trump ya ganó porque durante el lapso de su presentación como protagonista político conquistó el terreno de las percepciones. Con 34.5% de intención de voto entre republicanos, Trump mira a lo lejos a Ted Cruz (19.3%), Marco Rubio (11.8%) y Ben Carson (9%). (Los números los revela una encuesta realizada por Real Clear Politics el 19 de enero.)

 

Donald Trump ya ganó porque supo caricaturizar al establishment defendido desde Washington por demócratas y republicanos. En efecto, lo políticamente incorrecto tiene fecha de caducidad: lo que duren las campañas electorales. Candidato que no lo aprovecha, candidato que no entiende la naturaleza maquiavélica de las elecciones. Vender mentiras seductoras convence con mayor facilidad que la venta de verdades estériles.

 

Donald Trump ya ganó porque en la era del marketing un conductor de televisión tiene mayor credibilidad que un político.

 

Donald Trump ya ganó porque al sueño americano lo condiciona con el color del pasaporte. 2015 fue el de la crisis de los migrantes pero también de los atentados terroristas en París y en San Bernardino, entre decenas de lugares. Trump propone acabar de una vez por todas con el Estado Islámico, y para ello, promete invadir por tierra a Irak y a Siria. Y si hace falta, prometerá hacerlo en Afganistán, Yemen y Libia. Para dimensionar su promesa, Trump tuvo que estigmatizar a los musulmanes para, otra vez, lanzar una nueva promesa: expulsarlos de Estados Unidos. Si viviera Steve Jobs, hijo de padre sirio, también lo expulsaría con todo y esa tecnología que usa medio mundo bajo la marca Apple.

 

Donald Trump ya ganó porque su campaña la dirige a la coordenada que hace las veces de vaso comunicante en Estados Unidos, es decir, la que más influye en el resto de la población: el centro de la clase media. Marc Bassets, del periódico El País, rescató el pasado domingo una encuesta de la NBC/Esquire en la que detecta que la mitad de los estadunidenses estuvo más enojada en el 2015 que en el 2014. En particular aquellos que ganan menos de 150 mil dólares al año y más de 15 mil dólares, y adicionalmente, se molestan porque al hablar por teléfono, la voz que les contesta les indica que marquen 1 si hablan inglés, 2 español, 3 chino, 4 árabe, entre otros (lo escribe David Frum en The Atlantic). Son aquellos que señalan a los extranjeros como los dinamitadores de las plazas de trabajo. Y si hay que bloquear la entrada a Estados Unidos, entonces un muro financiado por el gobierno mexicano se convierte en una promesa más de Trump.

 

Pero a pesar de tantas victorias de Donald Trump, no será presidente. Diversos poderes en Estados Unidos saben que un personaje mediáticamente fascista no debe de ocupar la Casa Blanca. Un emperador enloquecido concentra el poder en una sola mano. La economía estadunidense despliega una red global como ningún país lo hace en muchos sectores industriales. La mayoría de “enemigos” del exterior realizan comercio con Estados Unidos. Estados Unidos no puede poner en riesgo la articulada red diplomática que tiene en el mundo. De hacerlo, los conflictos bélicos estarían a la vuelta de la esquina.

 

Donald Trump perderá porque a sus números alegres hay que descontarles los que representa la espiral del silencio. Es decir, aquellos estadunidenses que prometen votar por Trump pero en el momento de hacerlo, lo harán por otro candidato.

 

Por lo pronto, la inercia de los números de Trump le puede ser útil en Iowa (1 febrero) y New Hampshire (9 de febrero). Las 15 elecciones del Supermartes serán la prueba de fuego para Trump.