Celebrar el referéndum de naturaleza fiscal como si se tratara de un clásico de futbol destapa la clara manipulación de los políticos que lo convocan. Pero existe algo peor: redactar la pregunta del referéndum sin hacer explícitas las características técnicas de los borradores propuestos por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional revela la burla política sobre la ignorancia económica de millones de ciudadanos.

 

Como resultante: a la “verdad” económica, a diferencia de un resultado (matemático) electoral, no se llega por mayoría de votos.

 

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Al parecer, Alex Tsipras es un ambientador electoral que en enero aprovechó el grado de descomposición bipartidista para convertirse en primer ministro. Partidos como Pasok (socialista) y Nueva Democracia (conservador), fueron rebasados por las ofertas de Syriza (izquierda radical): una nueva Grecia sin Troika. Un paraíso en el que los pensionados pueden retirarse del trabajo a los 53 años de edad o un mundo mágico que se encarga de aceitar el gasto corriente para crear arquitecturas clientelares en la burocracia.

 

Los partidos radicales, lo mismo de izquierda que de derecha, generalmente son monotemáticos. Su obsesión por un tema les produce ceguera en su entorno. Sólo así se comprende la alianza entre Syriza y Griegos Independientes (Anel). El primero de izquierda radical y el segundo de derecha radical. Ambos se juntan en las antípodas. Anel es eurófobo y antisemita. A Tsipras le cerraron el ojo, y la necesidad por sumar escaños lo llevó a pactar con la derecha.

 

Un rasgo humano exitoso durante las elecciones no es suficiente para gobernar. Tsipras salió disparado de una reunión el 26 de junio para convocar el referéndum anti Troika, de la misma manera en la que un piloto deja la cabina para preguntar a los viajeros por la ruta adecuada: “Bueno, ahora les toca su turno: ¿eligen la ruta volcánica o la ruta de turbulencias?; es su responsabilidad, por lo que ustedes deciden, programo la ruta elegida en el piloto automático y yo me voy a dormir”.

 

Y ayer, cuando Tsipras despertó se encontró con una Grecia más dependiente de Europa; más dependiente del Banco Central Europeo. Si el 20 de julio no le aprueban las propuestas que hoy les hará a los integrantes del Consejo Europeo, no podrá renegociar los tres mil 500 millones de euros por lo que Grexit será oficial. Nueva moneda griega. Por esto es incomprensible una supuesta victoria con el resultado del referéndum. Una victoria, sí, pero sin ganadores.

 

Un informe del Royal Bank of Scotland (RBS) estima en 250 mil millones el costo europeo de un Grexit. Los números inmediatos ascienden a las quitas de la deuda griega (que serían inevitables), y que alcanzan 40% del total. Excluyendo a los prestamistas privados, el costo para los acreedores públicos alcanzaría 214 mil millones de euros y la deuda privada (de empresas internacionales) sufriría un golpe de 21 mil millones de euros.

 

El costo que tendría que pagar Europa es elevado en términos absolutos pero no se considera too big to fall (demasiado grande para caer). Sin embargo, el costo político sería superior al costo financiero. Los creadores visionarios del euro se encontrarían con un primer fracaso. ¿Cuántos podrían venir?

 

El proyecto europeo nació con la cesión de seis soberanías: Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Carbón y acero, como materias primas bélicas, fueron colocadas en un solo cesto. Así, la paz fue asegurada.

 

Cincuenta y nueve años después, sin valorar los efectos económicos positivos que Grecia ha ganado en la Unión Europea, Tsipras canta un gol inexistente. Y sin embargo, parte de la grada dice que sí vio el gol. Para mí fue autogol.