Al interior del soft power o diplomacia blanda, el futbol ha presentado a últimas fechas un rostro hard power, es decir, una cara tipo Estado ortodoxo (y mafioso). Sabemos que la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) es un ente supranacional que, como tal, se autorregula bajo sus propios estatutos. De leyes, la FIFA poco sabe porque éstas operan en los Estados, y como entre supranacional que es, no le interesan. O bueno, no le interesaban hasta que el FBI se metió en sus asuntos.

 

Estados Unidos pujó por organizar el Mundial 2022 pero Catar se lo arrebató. En efecto, ese nombre de marca que aparece en las camisetas del mejor equipo del mundo, el Barcelona, logró convencer al presidente de la FIFA de otorgarle la sede del que parece será el Mundial más caliente de la historia. El manotazo de Estados Unidos no se hizo esperar. Y lo hizo de manera relativamente fácil, a través del sistema financiero global.

 

Joao Havelange y Joseph Blatter convirtieron a la FIFA en un imperio (el último). Durante décadas ambos trabajaron en el cuarto de máquinas y en salas presidenciales. Confabularon como mafiosos porque trabajaron desde la tubería del gremio. El mundo entero lo sabía pero no pasaba absolutamente nada. Tal parece que el grado de tolerancia en la naturaleza deportiva es elevado.

 

En todas las sedes que otorgaba la FIFA, las huellas de Havelange y Blatter aparecían: Estados Unidos, Francia, Corea del Sur, Japón, Alemania, Sudáfrica y Brasil. Todas. Absolutamente todas se dieron de manera discrecional bajo el ornamento estético de elecciones democráticas pero fisuradas por el mercado de la oferta y la demanda, es decir, por la compra de votos.

 

Lo entendemos desde hace décadas, en la FIFA no hay Primavera democrática.

 

Recientemente, el FBI siguió la pista del dinero y llegó a las oficinas del presidente de la FIFA y a las de muchos futbócratas del gremio internacional. Escenas de operativos policiacos de la trama criminal fueron llevadas a noticieros internacionales.

 

El próximo día 26 la FIFA elegirá nuevo presidente, a quien se le encomendará trabajar por un borrón y cuenta nueva. Por primera ocasión no existen candidatos de la Concacaf ni de la Conmebol.

 

En efecto, el gobierno de futbol abandonó Latinoamérica y el Caribe hace ya muchos años. Las crisis económicas y el deficiente nivel de competencia devaluaron a las ligas argentina, brasileña y mexicana como nunca se había visto. Futbócratas como el argentino Grondona y varios brasileños colaboraron con la mala imagen de federativos latinoamericanos. Ahora, el poder del futbol gravita sobre Asia y Oriente Medio, mientras que el espectáculo continúa siendo aportado por Europa.

 

Todo indica que la Federación Mexicana votará por el italo-suizo Gianni Infantino. Personaje cercano a Michel Platini, la defenestrada figura del futbol francés. Es muy probable que también lo harán en bloque los integrantes de la Concacaf y la Conmebol, así como los europeos de Gran Bretaña, España e Italia. De ganar, Infantino blindaría a Catar como sede de 2022.

 

Jerome Champagne es el más preparado. Fue secretario adjunto de la FIFA. Es una rara avis en el mundo del futbol: diplomático de carrera; trabajó como secretario en el Ministerio de Exteriores francés; y estuvo en legaciones en Argelia, Cuba, Brasil y California.

 

Infantino y Champagne son los favoritos aunque existen otros tres candidatos. Salman Bin Ibrahim Al-Jalifa, de Baréin, no tiene buenas credenciales políticas, ya que se le vincula en eventos de represión durante la Primavera Árabe. Sobre el jordano, Ali bin Hussein, carece de apoyos.

 

Por lo que toca al sudafricano Tokyo Sexwale, tiene manchado su currículum por tramas de corrupción.

 

El nuevo presidente tendrá que apoyar a Rusia con su Mundial de 2018. Éste no debe convertirse en una herramienta política para los antagonistas del presidente Putin. Hollande demostró que necesita del presidente ruso para salir del laberinto sirio. La geopolítica de la FIFA también juega en Oriente Medio.