La Francia de Houellebecq en el 2022 es la nación de Mohamed Ben Abbes, el primer presidente de la Hermandad Musulmana en fulminar la arquitectura laica. Pero también es la Francia de Marine Le Pen (2015) o de Sarkozy (2012). Puede ser la de Manuel Valls (2016) pero lo seguro es que la nación de Houellebecq es la del Partido Nihilista Global.

 

En el lanzamiento de Sumisión (Anagrama, 2015) en Francia (febrero pasado), el azar se convirtió en el mejor agente de marketing. Hiperrealismo trágico que abrió el debate sobre “qué hacer” con los seis millones de musulmanes en Francia. Si la muestra representativa es el ataque contra el semanario Charlie Hebdó entonces Mohamed Ben Abbes cobra importancia.

 

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La república ha dejado de tender puentes entre la igualdad y el fanatismo moral. De ahí que la literatura se convierta en la arena políticamente correctísima para debatir lo que en la Asamblea no se puede intercambiar. Si en Francia existió una época en donde la política era debatida con argumentos filosóficos, en la actualidad, la política nihilista se interpreta a través de la literatura.

 

Cuántas reseñas no se escribieron sobre Sumisión a cambio de la muerte de “agresores” de Alá; cuántas presentaciones “canceladas” por temor a destapar la violencia. La distopía de Houellebecq es el argumento central de Marine Le Pen (Frente Nacional). La política del miedo: eurófoba, xenófoba, y por si faltara, parricida por conveniencia. Le Pen aplaudió a Syriza, el de Varoufakis (Syriza I), no así el de Tsipras (Syriza II, o si se prefiere, Syriza Pirata).

 

La destreza de Houellebecq son las derivaciones transmodernas donde el marketing forma parte de los programas de doctorados de filosofía. Así, en Plataforma esboza el deseo aspiracionista de una pareja de franceses que viajan hacia la Asia exótica, es decir, la concupiscente para dejar atrás el proceso de automatización, es decir, el de la cotidianidad. En El mapa y el territorio el mismo Houellebecq se convierte en protagonista de la historia en donde los grandes artistas son Koons y Hirst, los estafadores más deseados por los híper aspiracionistas en el consumo del mundo de arte.

 

En efecto, el molde creativo de Michel Houellebecq es la propuesta del publicista Frédéric Beigbeder, el típico escritor de una gran obra, 13.99 euros (Anagrama, 2000). La publicidad como la salida de emergencia de lo cotidiano: el mundo Matrix.

 

El deseo es una invención del aburrimiento; la existencia, la invención del deseo; y la política transmoderna, oxímoron de la democracia. Así, Hollande se presenta el 14 de julio ante las cámaras de la televisión para no decir nada. Buenas noticias, tal vez. La derecha lo criticó porque no hizo anuncios que movieran los índices de estudios demoscópicos; “Hollande no vive en este mundo”, espetó Christian Estresi, alcalde de Niza; y Marine Le Pen le dedicó un: “ninguna propuesta”. Buenas noticias.

 

Las mismas que revela Houellebecq en Sumisión. Fin de la laicidad, de las minifaldas y de los puticlubes parisinos. La conversión alivia la moral. Houellebecq ya no puede esconder sus obsesiones sobre el choque de las civilizaciones. Como presidente del Frente Nacional sería creativo.

 

Cómo no hacer una lectura hiperrealista de la distopía de Houellebecq si Manuel Valls se ha convertido en el Alexis Tsipras de los socialistas franceses; de qué manera evitar la lectura entre líneas de Sumisión cuando los rumanos que viven en Francia temen más a Valls que a Le Pen.

 

Algo no anda bien en Francia para que Sarkozy ya haya tomado su turno de espera para ser el próximo presidente.