La tradición obliga. Independientemente del siglo en el que uno viva, siempre que un presidente mexicano se reúne con su par estadunidense, unas horas antes, funcionarios de Los Pinos y/o de la cancillería nos dan la siguiente “primicia”: “Los mandatarios se reunirán para profundizar las relaciones siempre cordiales entre México y Estados Unidos. La riqueza del contenido de la agenda es tan extensa como lo es nuestra frontera compartida. En esta ocasión profundizarán las relaciones comerciales así como las educativas, de cooperación, ciencia y tecnología”.

 

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El storytelling es tan anquilosado como incrédulo, pero sobre todo, malo. Una realidad es la lamentable falta de interés de una parte enorme de la sociedad mexicana por la política exterior, y otra realidad montada es la indolencia estratégica de las áreas de comunicación que a pesar de la globalización, entiéndase Twitter y Facebook, continúan fabricando comunicados de imprenta (no de prensa).

 

Se trata de una doble retórica que entorpece la traducción para el ciudadano de a pie pero crítico.

 

Primera derivada de la retórica: el político adecua su lenguaje a los medios para evitar reacciones de la opinión pública.

 

Segunda derivada de la retórica: la soberanía como la medicina que cura el mal de la piel etnocéntrica. Porque recordemos, la “no intervención” es el oxímoron más cursi en tiempos de la globalización. ¿Acaso queremos estar blindados como Corea del Norte en donde una mala película se convierte en problema de Estado?

 

Sorprende que el subsecretario para las relaciones con América del Norte, Sergio Alcocer, piense que los celos por las soberanías de Canadá, Estados Unidos y México sean un azote determinista de un ser cuasi divino llamado Historia. Atención con su desconocimiento de la otra historia: a diferencia de la Unión Europea, “América del Norte, son tres países soberanos, que son muy celosos de la soberanía porque se han enfrascado en guerras unos con otros y son muy sensibles a cualquier aspecto que pueda tocar a su soberanía” (Excélsior, 4 de enero). Para el encargado de atender la relación con Estados Unidos, lo mejor es no contar con “una arquitectura institucional” con Estados Unidos. Error. ¿Guerras en Norteamérica en el siglo XXI? ¿Y qué nos puede decir de las batallas entre franceses y alemanes durante el XIX y XX?

 

Precisamente, Francia y Alemania cedieron soberanía para no pelearse entre ellos. La arquitectura de la Unión Europea es la más progresista de la historia porque la cesión de soberanía es un rasgo humano de tolerancia encaminada a detonar el fenómeno de la transcultura.

 

En la cultura política mexicana, al viejo estilo del PRI, ceder soberanía se vinculaba con entregar el alma al diablo. Quizá en la época de Venustiano Carranza se justificaba, pero que en el moderno edificio de la cancillería salgan apologetas de la soberanía, suena rancio. Necesitamos más unión con Estados Unidos y Canadá.

 

Hoy, el presidente Peña tiene la oportunidad de comentarle al presidente Barack Obama dos aspectos: el primero de ellos se sustenta en el reconocimiento de que la estrategia de seguridad falló, primero por dotar al problema de invisibilidad frente a la opinión pública, apostando al dejar hacer, dejar pasar: solucionado el problema. Y segundo, y el más importante: potenciar la Iniciativa Mérida. Help USA! La caja de herramientas contra el narcotráfico existe desde el 2008. Pero algo falla en su aplicación. Se requiere mayor apoyo táctico de Estados Unidos. Que no nos asusten los drones surcando el cielo mexicano. La inteligencia tecnológica es más eficiente que la policía de Iguala. No reconocerlo es entregar un Oscar a The Interview, la película que catapultó la imagen de Kim Yong-un.