Las torturas no sirvieron para nada, dijo Obama. El otro lado de la frase, quizá, revela su auténtica naturaleza. Si las torturas practicadas por los agentes de la CIA después del 11 de septiembre de 2001 hubieran arrojado información valiosa entonces sí hubiera valido la pena practicarlas.

 

Los republicanos así lo piensan, y van más lejos. Se necesita condecorar a los agentes que lo hicieron. Quien lo desea es Dick Cheney, vicepresidente en tiempos de Bush.

 

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Estados Unidos terminó por aceptar el asesinato como elemento central de su política de seguridad nacional y bajo esta atmósfera ejercicios meta constitucionales como el Acta Patriota firmada por el presidente Bush días posteriores a los ataques terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington, se asimilan a la premisa del asesinato como política de seguridad nacional. El Acta Patriota es una especie de Constitución oscura porque las leyes que de ella emanan pocos las conocen; sus enmiendas son articuladas ex profeso, lo mismo para disfrutar el dolor, lo mismo para tomarse una selfie con humanos tratados como bestias.

 

La realidad es que no hay diferencia entre guerras sucias y guerras WiFi.

 

Las estrategias de seguridad nacional de Obama son WiFi mientras que las de Bush fueron sucias. La tecnología frente al extraño hedonismo bélico. El espionaje Prisma practicado por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) frente al waterboarding practicado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

 

Los estéticos drones teledirigidos por personal sentado cómodamente en sillones de una base militar en Nevada sobrevuelan Karachi para soltar metralla a los nodos que las computadoras detectan como blancos terroristas, sin embargo, una vez impactada la metralla el radio permite la existencia de daños colaterales, eufemismo de muerte por error de cálculo. Frente a los drones, los hoyos negros. Instalaciones creadas ex profeso para la tortura. Polonia, Lituania, Rumania, Tailandia y, el dolor de cabeza, Guantánamo son algunas de sus capitales. En ellas reina la Constitución oscura.

 

En efecto, tanto en las guerras sucias como en las guerras WiFi sus ambientes producen hedonismo. Los que se encuentran observando lo que miran los ojos de los drones, es decir, los que teledirigen a las aves asesinas disfrutan la obtención de su objetivo siempre y cuando el dron mate. Disfrutable evento. Misión cumplida. En las guerras sucias, agentes de la CIA ingresan a la psique del torturado para modificar su comportamiento. Mientras más dolor exista la misión puede llegar a la meta.

 

Las reacciones generadas por la exposición de la senadora Dianne Feinstein sobre la investigación que coordinó en el Senado sobre el ecosistema en el que se movió la CIA después del 11 de septiembre de 2001 decepcionan. Bien podrían ser expresiones de asambleístas venezolanos o mexicanos: la tortura como elemento de la demagogia.

 

Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, publicó en 1963 un estudio que elaboró sobre la obediencia, es decir, sobre la disposición de una persona para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal. El trasfondo de Milgram lo representaba el grupo de nazis que conformaron la industria de la muerte. ¿Culpable? Yo sólo obedecía, respondía más de uno. ¿Quiénes han permitido las guerras sucias y las guerras WiFi? ¿Irán a juicio?

 

Lo único seguro es que de las guerras WiFi nadie se salva porque en su catálogo predomina lo lúdico. ¿A quién le ha desagrado lo revelado por Snowden?