Empático antes que mediático y con agenda hiperrealista antes que dogmática, el papa Francisco se ha convertido en una figura global justo en una época de escasez de líderes globales.

 

El Papa hace las veces de Ban Ki-moon (ONU) pero también vincula sus decisiones a la Organización Mundial de la Salud (OMS). No hay sexta silla en el Consejo de Seguridad pero no le faltan ganas de solicitarla. La debilidad de Luis Almagro debería de preocupar a la Organización de Estados Americanos (OEA): el Papa ya tiene los hilos de la era post chavista.

 

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Su discurso es supranacional y como tal evita viajar a su país natal sabiendo que el desastre y la corrupción que rodea a Cristina Fernández podrían dañar su imagen. Lo mismo hizo con México. A Francisco no le gustó la nota diplomática que le envió el presidente Peña Nieto por los comentarios privados que el propio Papa le hiciera al legislador argentino Gustavo Vera: “Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”.

 

Francisco no se contuvo y envió entre líneas la razón por la que no incluyó a México en su primera gira a Latinoamérica (Ecuador, Bolivia y Paraguay); sabía que su amigo Gustavo Vera publicaría esa frase en su blog.

 

Ban Ki-moon se hizo pequeño el pasado diciembre cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaban la culminación de la Guerra Fría caribeña. Hacia el sur del continente viudas y viudos de Hugo Chávez veían volar el cerco histórico de su retórica.

 

Francisco llegó a La Habana con el rol de árbitro. Sus discursos los llevó al terreno de las parábolas. Dijo que el líder crea líderes porque el que se obsesiona en mantenerlo se convierte en tirano. Durante el viaje de Roma a La Habana no logró salir del callejón al que lo metieron los periodistas. No es fácil sortear el tema de los disidentes.

 

El Papa viajó para iniciar un nuevo proceso de negociación: el embargo se desmonta con la libertad; dosis de democracia para salir del déficit cubano. Ya no le tocará a Obama. Raúl saldrá en 2018. Así como en diciembre del año pasado Cuba y Estados Unidos decidieron mostrar al mundo simetrías en la liberación de presos, lo tendrán que hacer al concluir la nueva etapa de negociación. Estados Unidos no podrá armonizar el comercio cubano si Castro no revela una ruta crítica con la que relaje el sistema autoritario. Se acabó la época de la soberanía 100%. Si no lo quiere entender, la relación diplomática se quedará a mitad de camino.

 

Son los últimos meses de Obama. 2016 es un año electoral.

 

Cuando todos miraban la fotografía del niño ahogado en las costas turcas, el presidente de Estados Unidos tenía en su mano una nueva política para presionar a Bachar al Asad: dar 100 mil boletos de refugio a los sirios que lo necesiten. Veinte mil menos que los europeos. Diferencia mínima a la hora que se traslada su estrategia al tablero de ajedrez geopolítico. La línea roja resultó ser la tragedia de los 400 mil refugiados que llegan este verano a Italia y Grecia, principalmente, y no el armamento químico utilizado por el dictador sirio.

 

Obama logró que el Papa incluyera en sus discursos el tema de la inmigración.

 

El Papa habla de homosexuales, aborto y quiebres matrimoniales. Dosis hiperrealistas que ya no se pueden sortear. Lo mismo de los efectos de la pederastia en el seno de la iglesia.

 

Son dos generaciones las que vieron a Juan Pablo II (27 años) y Benedicto XVI (8 años) aplicar dogmatismo y no hiperrealismo a sus decisiones.

 

Las variaciones en las cohortes demográficas globales de católicos demandaron un perfil de Papa hiperrealista, como el de Francisco.

 

Los hermanos Castro encuentran en Francisco el mejor motivo para cerrar su oscura historia. La típica de todos dictadores, por más que sus defensores la justifiquen por la vecindad con el imperio.