La brecha entre las propuestas de Alexis Tsipras y sus acreedores es minúscula respecto a los costos de una hipotética ruptura, es decir, de una fisura en la eurozona por la salida de Grecia.

 

El primer ministro griego se encuentra entre la espada del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la pared de Syriza. Al FMI le tiene que depositar mil 500 millones de euros antes de las 12 de la noche del 30 de junio mientras que a Syriza, el partido al que pertenece, le tiene que abonar la promesa de no recortar mil 800 millones de euros a las pensiones de los jubilados ni tocar a los medicamentos con el IVA. Por lo que toca al recorte de las prejubilaciones, los otros dos acreedores, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea, le piden a Tsipras un recorte cuya cifra mágica se sitúa en los mil 800 millones de euros. Tsipras dice que no, que sólo promete 300 millones de euros, y el resto, a largo plazo.

 

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En Tsipras recae el dilema del político: o cumple con las promesas elaboradas durante la campaña o confronta la medición costo/beneficio.

 

De manera sensata, Tsipras tendría que hacer la siguiente evaluación: si el costo de sacar a Grecia de la eurozona supera al de incumplir sus promesas, tendría que cumplir con los recortes de gasto que le piden sus acreedores y, posteriormente, convocar elecciones.

 

Sin embargo, es injusto transferir la total responsabilidad a un par de decisiones de Tsipras, en realidad, quienes elaboraron una bomba de tiempo hace no muchos años fueron los políticos de los partidos centristas, Pasok y Nueva Democracia (hoy rotos por irresponsables). Ellos fueron los que falsearon cifras macroeconómicas con tal de ingresar a la eurozona; los mismos que disminuyeron la edad de jubilación a niveles inconcebibles en nuestra época (inferiores a los 50 años); aquellos que optaron por endeudar al país como pocos (en 2003 su deuda equivalía al 97% del PIB, el año pasado fue de 177%).

 

En efecto, el problema económico de Grecia no nació de la nada, contiene un ADN político. Y es aquí donde el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tendría que mediar a favor de Tsipras. El Eurogrupo, y por ende, la Unión Europea no pueden depender de análisis ceteris paribus, es decir, dejar el tema político constante sin tener la sensibilidad de que Tsipras no participó en la destrucción de Grecia, como sí lo hicieron los partidos centristas. La prueba toral es que los ciudadanos griegos tomaron nota de la irresponsabilidad y corrupción de Nueva Democracia y Pasok; no es casualidad que el bipartidismo griego voló por los aires.

 

Lo que sí se le debe pedir a Tsipras, es responsabilidad.

 

Por los comentarios públicos del primer ministro griego durante las últimas 72 horas, parecería ser que optó por escapar de la pared (regocijar a Syriza) con la clara idea de que la espada del FMI va a atravesar a la poca confianza que tienen los mercados sobre su país.

 

Si Tsipras opta por abandonar la eurozona perderá Grecia. Su proyección económica a corto plazo sería un desastre, desde la fuga de capitales (que ya los ha habido desde la victoria de Syriza) hasta merma de calidad de vida de los griegos a mediano plazo.

 

La Unión Europea también perdería con la salida de Grecia de la eurozona. Los cimientos que establecieron sus fundadores desde el inicio de la segunda parte del siglo pasado resentirían un deslizamiento de confianza. La evolución de la Unión Europea ha sido extraordinaria, a tal grado que no existe un modelo político tan exitoso como el europeo.

 

La brecha del acuerdo se estima de dos mil millones de dólares. Cifra marginal de la reestructura que Grecia sufrió hace tres años a través de 200 mil millones de euros. De ellos, 131 mil millones provienen del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera cuyo vencimiento es de 31 años.

 

No una Europa sin unión porque la Unión Europea también es un modelo cultural.