El socialismo francés ha quedado prácticamente soterrado del mapa anímico electoral. Es decir, del crucero congestionado de percepciones con las que los partidos intentan ganar la presidencia del 2016.

 

La transmodernidad presenta una boutique ideológica radicalmente distinta a la de hace semanas. En 2007 Nicolas Sarkozy enterró la simbología del mayo del 68 junto a todas sus externalidades que tanto han replicado los comunistas franceses, y en menor medida el Partido Socialista Francés (PSF).

 

Nicolas Sarkozy-EFE

 

 

Para Sarkozy, las externalidades del mayo francés han destruido las referencias morales en la política, la economía y la educación. Ahora, Manuel Valls, el primer ministro del gobierno de François Hollande ha pedido que se le practique un lifting al partido socialista; una eliminación de las arrugas. El inicio de la reingeniería apunta al marketing porque para Valls el partido ya no tiene que denominarse socialista. Su propuesta de llevar al partido a la pila bautismal ocurre en las horas bajas del PSC y de la impopularidad de François Hollande.

 

En el crucero congestionado de percepciones destacan las provocaciones de elevado rating (a corto plazo) que propone el Frente Nacional (FN) y las persuasiones que industrializa Nicolas Sarkozy en el imaginario francés para que en él cale la idea de que en un análisis comparativo de su gobierno con el actual de Hollande, es decir, en un tête à tête, los números son superiores a los de Sarkozy junto a su partido Unión por un Movimiento Popular (UMP).

 

El mes de mayo del año pasado no se asemejó en nada al mayo parisino de 1968. Uno de cada cuatro franceses votó por el Frente Nacional durante las elecciones europeas: 25% frente al 20% del UMP y más de 10 puntos sobre el PSF (14.1%). La debacle socialista fue justificada por muchos por la naturaleza de las elecciones europeas, es decir, ejercicios de laboratorio que no necesariamente se observan durante las elecciones presidenciales. La realidad es otra. A casi un año de distancia el Frente Nacional ha perdido intención de voto debido al regreso de Sarkozy. En el eje derecho está ocurriendo un transvase de votos; del FN hacia el UMP.

 

Quien también pide un cambio en el nombre de la marca UMP es Sarkozy. Desea que al partido se le bautice como Los Republicanos ahora que en Estados Unidos se encuentran de moda.

 

La transmodernidad ha revolcado el mundo ortodoxo de la política. Entre el tiempo real y el imperio del marketing los políticos se han convertido en rehenes de la naturaleza de los 140 caracteres. Sin confianza, sólo les queda llevar las siglas de los partidos a la pila bautismal. Nueva fórmula mejorada, dirían los clásicos de Mad Men.

 

Francia no es la excepción. François Hollande está muy lejos de competir frente a Nicolas Sarkozy, probable candidato de la oposición para precisamente suceder al socialista en la presidencia. Manuel Valls, primer ministro, tiene el doble de simpatías que Hollande. Los franceses lo verían como el mejor perfil (29%) seguido de Martine Aubry (19%), Hollande (18%) y Ségolène Royal (13%).

 

Hollande tuvo que sacrificar su política económica para intentar salvar los problemas de déficit público, desempleo y nimio crecimiento. Instaló en Hacienda al liberal Emmanuel Macron, quien de inmediato articuló una reforma cuyo eje toral es el recorte de 50 mil millones de euros, la conclusión de las 35 horas laborables a la semana (orgullo del socialista Jospin) y la liberalización de sectores como el del transporte público.

 

Así, tenemos una triple competencia por el centro derecha: Valls que se parece a Sarkozy y Le Pen, quien después del parricidio, intenta parecerse también a Sarkozy. Difícil no pensar en el próximo presidente francés.