Davos 2016 nos revela que durante los próximos cuatro años siete millones de puestos de trabajo volarán por los aires al paso de un huracán llamado digitalización. (La cifra no incluye la disminución de los puestos de trabajo provocada por otros factores.) El ser humano, en contra de lo que se pensaba, ya es prescindible en la Tierra. Pero no señalemos a la revolución tecnológica como la principal responsable.

 

El tema no es nuevo. La moral impacta, y mucho, en la destrucción de puestos de trabajo. El outsourcing nos ha demostrado que poderes del Estado también pueden ser suprimidos. La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un brazo judicial de Naciones Unidas, entró a la casa presidencial del entonces mandatario Otto Pérez Molina para trasladarlo a la cárcel. En Honduras, debido a que la corrupción y la impunidad son los dos únicos elementos democratizables, su presidente Juan Orlando Hernández decidió aventar la toalla al pedirle a la Organización de Estados Americanos (OEA) que entre a su país para asesorarlo y certificarlo en la materia. Estos dos casos de outsourcing funcionan como sinónimos de entes supranacionales. Aplausos perpetuos para la CICIG por haber desmantelado una banda criminal encabezada por el presidente.

 

Existen otros casos de outsourcing que no necesariamente producen externalidades positivas. Arabia Saudita presta sus servicios criminales al Estado Islámico y a otros grupos sociales que necesitan armamento para derrocar a mandatarios (corruptos o dictadores); pensemos en Siria, en particular en Bachar al Asad. La familia saudí se ha convertido en una experta en guerras intermediadas, es decir, patrocinadas.

 

En España, la corrupción le está pasando factura al presidente en funciones Mariano Rajoy. Muy pronto se quedará sin chamba.

 

Steve Jobs, el famoso dictador de la felicidad, se encargó de extender el campo del placer hasta a lo que antes parecía imposible: generar sensaciones preorgasmales a través de artefactos distribuidores de diversión e información. Años atrás, Marshall McLuhan ya había profetizado que el mundo estaba determinado a convertirse en la aldea global en la que el comportamiento sociológico de la población tendería a la estandarización debido a la penetración de los medios de comunicación. Es decir, y con pocas palabras, el planeta Tierra sufriría el fenómeno de empequeñecimiento. Y para experto en la materia: Jobs. El dueño de Apple puede ser considerado el arquetipo del fenómeno porque él empequeñeció al mundo a una magnitud nunca antes vista.

 

Martin Ford, en su libro The rise of robots, describe que el periodismo, la pintura, la docencia y la composición musical, entre muchas otras áreas, se están despoblando gracias a la automatización y robótica. La batalla entre las empresas ocurre en la mente de las personas (publicidad), por esa razón el cierre de fábricas crece día a día (Naomi Klein).

 

El derecho internacional tuvo como icono mediático global primigenio la captura del dictador chileno Augusto Pinochet en España. En México, muchos etnocentristas se sorprenden de que el otrora presidente del PRI Humberto Moreira haya sido llevado tras las rejas en España. La característica de este tipo de sucesos es que descolocan de la legalidad a las naciones que no la aplican. La aldea global tiene nodos mimetizables. Es decir, generadores de análisis comparativo por el simple hecho de ser globalizables. Por ejemplo, a un amigo americanista que se burla de la situación de mi equipo favorito, Chivas, le pregunté la razón por la cual el jugador Darío Benedetto (América) no estuvo en la entrega de Balones de Oro de la FIFA. No entendía que jugadores como Messi o Neymar, pero sobre todo, la transmisión global de los partidos del Barcelona, devalúan el mercado de futbol mexicano.

 

Competir en el mercado local es una falacia. La competencia es global. Bienvenidas las injerencias internacionales a través de entes supranacionales.