BRUSELAS. No hay peor frustración que no obtener la libertad prometida. El día de hoy será catártico para el presidente catalán, Artur Mas, porque el Parlamento no sólo decidirá si lo quiere o no como presidente autonómico, el resultado de la votación también definirá si el tren pro independentista se descarrila o no.

 

El escenario que más se acerca a la realidad es el que Artur Mas no conseguirá el apoyo necesario de los independentistas pero anti capitalistas de la Candidatura de Unidad Popular (CUP). Subrayo el “pero” porque los programas de gobierno de Artur Mas y la CUP son radicalmente opuestos. El resultado fallido lo anticipa el día de hoy el periódico catalán La Vanguardia, con base en información que surgió de una reunión que sostuvieron políticos de la CUP y Artur Mas la tarde de ayer.

 

No es difícil gestionar la esperanza, lo difícil será gobernar a 2.3 millones de catalanes decepcionados que votaron por la fórmula independentista, Junts pel sí.

 

Artur Mas apostó por articular una coalición al estilo Pacto por México pero en dos dimensiones. La principal, el deseo de buscar una coalición cuyo objetivo principal era la ruptura con España. Así, Artur Mas se alió con los políticos históricamente pro independentistas y antagonistas, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Como comodín pero con la esperanza de no utilizarlo, Mas miró hacia la CUP como un plan B en caso de no obtener la mayoría absoluta. Para mala fortuna de Mas, así sucedió. Hoy depende de lo que disponga la CUP, el partido que obtuvo 10 escaños de los 135 en disputa. Junts pel sí (su alianza con ERC) sólo obtuvo 62 escaños, es decir, 45% del Parlamento. Algo más, las elecciones ocurrieron bajo el ornamento semántico de: comicios plebiscitarios. Sumando los escaños de la CUP y Junts pel sí, las formaciones pro independentistas lograron el 53% del Parlamento. La cifra representó el punto de inflexión de Artur Mas. Su caída será súbita si hoy no es reelegido como presidente.

 

La segunda dimensión estaba condicionada por el mismo escenario que ocurrió, es decir, Junts pel sí no obtuvo la mayoría absoluta, por lo que Mas puso su futuro en la formación anti capitalista y anti europeísta, la CUP. Insisto, Mas bautizó a las elecciones como “plebiscitarias”. Aquí aparece el vector que une a las dos dimensiones: al no obtener la mayoría absoluta en el Parlamento, Artur Mas tuvo que pactar con la CUP para formalizar el inicio de la ruta independentista. Ocurrió el pasado lunes cuando la presidenta del Parlamento catalán, Nuria de Gispert, reveló que la carta de ruta independentista comenzaba, y que al Tribunal Constitucional no se le ocurriera cerrarle el camino porque la desobediencia sería su respuesta.

 

El martes la CUP votó en contra de la investidura de Mas. Hoy todo indica que volverá a suceder.

 

Han sido las 72 horas más amargas para Artur Mas. La soledad comienza a perseguirle. Por ejemplo, el periódico La Vanguardia, siempre afín a Mas, ya tomó distancia de sus circunstancias. En su editorial, que inicia con un “Por la rectificación”, el diario asegura: “La ruptura exprés y el maximalismo en ningún caso pueden ser la divisa de una mayoría parlamentaria que acudió a los comicios de septiembre con un logotipo de caligrafía cuasi infantil y con una promesa de independencia de costes reducidos” (10 de noviembre). Y sobre las dudas sobre una eventual salida de Cataluña de la Unión Europea, la editorial apunta: “La resolución aprobada por el Parlament no sólo choca la Constitución vigente, sino que se sitúa al margen del orden europeo”.

 

Artur Mas se irá en marzo porque tendrá que convocar nuevas elecciones pero el ánimo de los más de dos millones de independentistas que votaron en septiembre pasado impactará en la decepción; el muro que antecede a la anti política.