Cuando en Francia existe una crisis de identidad política, el mundo tendría que tomar precauciones.

 

Sabemos que si la economía de Estados Unidos va mal, el mundo se estresa. Las curvas de oferta y demanda resbalan precipitadamente.

 

Algo sucede en el corazón de la política francesa, y me parece que no hemos logrado reaccionar; se encuentra en lamentable descomposición. Sus externalidades pueden o ya están desmontando a la Unión Europea. Sobran voces que gritan la muerte de Schengen, la libre circulación de ciudadanos europeos. Las críticas al euro se han convertido en una especie de hashtag permanente. El desasosiego francés contagia de alegría a los británicos: en pocos meses decidirán si se quedan o se van de la Unión Europea. Los partidos anti europeístas poco a poco ganan terreno en el Parlamento Europeo. Escenario esquizoide donde en la Alemania el rasgo humanitario de Angela Merkel es boicoteado en Colonia, a través de violaciones sexuales a mujeres durante la madrugada del año nuevo. Hoy, no se sabe quién coordinó el suceso. Lo que sí se sabe es que entre los autores se encontraron refugiados.

 

En su momento, Nicolas Sarkozy pidió olvidar mayo de 1968; Manuel Valls, un clon de Sarkozy, pide sepultar la marca del partido al que pertenece, el socialista. François Hollande realiza un copy paste a la declaración de principios del ultraderechista Frente Nacional para tratar de combatir al terrorismo. Marine Le Pen, convertida en la Marianne del nuevo siglo francés, símbolo de la execrable ideología del odio ataviada con la bandera tricolor. La Donald Trump a la francesa. Sarkozy fue envenenado por Marine durante las pasadas elecciones presidenciales en 2012. El vaquero francés que visitó EuroDisney del brazo de Carla Bruni aplicó un copy paste a la declaración de principios del Frente Nacional. La realidad es que se automedicó veneno político. La premisa básica es que los mimos políticos están condenados al fracaso porque en política también existe el copyright.

 

Hoy, Hollande se ha convertido en mimo de Marine Le Pen. La política antiterrorista del presidente socialista emula a la que viene promocionando Le Pen desde años atrás: el estado de excepción casi de manera permanente (casi un oxímoron porque la excepción será la regla) y el retiro de la nacionalidad sólo a los terroristas binacionales nacidos en Francia. Es decir a los que no son 100% franceses. Otra vez aparece la estigmatización del ADN terrorista: musulmán refugiado que suele gritar Alá, Alá, Alá.

 

La mutación del hoy mimo Hollande la ha operado desde su gobierno. En marzo de 2014 llegó Manuel Valls como primer ministro para dar un vuelco a la política económica. Colocó a Emmanuel Macron al frente de las finanzas y en fila renunciaron varios ministros por inconsistencia: Cécile Duflot, Pascal Canfin, Arnaud Montebourg, Aurélie Filippetti y Benoit Hamon. Dos años después, Hollande decreta un estado de excepción económica. Malos resultados para quien se convirtió en su apuesta del cambio: Macron.

 

El miércoles la pólvora llegó al Ministerio de Justicia. El copy paste realizado por Hollande a la declaración de principios del partido xenófobo enfureció a su ministra de Justicia, Christiane Taubira, quien le presentó su renuncia y le dedicó un epitafio: “El peligro terrorista es grave e imprevisible, pero creo que no debemos concederle ninguna victoria ni militar, ni diplomática, ni política, ni simbólica”.

 

El 26 de abril de 1986 ocurrió un accidente nuclear en una central de Chernóbil, antigua Unión Soviética. Unas semanas después, y desde la parte más alta de la torre Eiffel en París, se pudieron observar nubes de radiación procedentes del lugar del desastre nuclear. Hoy, y desde la Torre Mayor de la ciudad de México, se pueden observar las consecuencias del Chernóbil político francés. Reaccionemos.