El outsider es atractivo porque es ajeno al ambiente al que desea adentrarse; un nuevo jugador en un sector donde las permutaciones y combinaciones siempre arrojan a la palestra a los mismos personajes industrializados de siempre, representa distintos, esperanzadores y atractivos aires. Donald Trump es un huracán verbal que ha hecho volar la retórica de todo candidato pro establishment. Sin embargo, la sombra del outsider es la inexperiencia convertida en peligro. Invadir por tierra a Irak y Siria de manera simultánea para acabar con el Estado Islámico es una solución que como spot publicitario es seductora, remueve deseos y convence; sin embargo, la practicidad de la misión es de elevado riesgo. Señalar a vecinos fronterizos mexicanos y a musulmanes como culpables de los males de Estados Unidos no es una receta novedosa. A ella han recurrido desde Hugo Chávez, Cristina Fernández o Silvio Berlusconi. La rentabilidad electoral se incrementa cuando se revela el nombre de los enemigos. Y si éstos son externos, la potencia del mensaje se dispara. Para la cultura etnocentrista siempre los males tienen su origen en el exterior.

 

En la etapa introductoria, las expectativas de Donald Trump se correlacionaban con el nivel de sorpresa de la sociedad mediatizada; el personaje motivacional de programas de televisión en busca del rating político. ¡Sí se puede! Bajo la premisa de que la popularidad es el principal activo, entonces basta con un buen hashtag para convertirse en presidente.

 

Ahora que ya se han efectuado las primeras elecciones primarias, Trump comienza a convertirse en realidad. Sin embargo, los reacomodos comienzan a perfilar a Marco Rubio como el personaje “serio” entre los republicanos, y a Trump como el ambientador.

 

El pasado fin de semana el fenómeno Trump se cargó a una figura política que hace seis meses era uno de los candidatos con relevante probabilidad de ganar la candidatura republicana: Jeb Bush. Un apellido famoso, un grupo de donantes millonarios y una carrera política prominente no fueron suficientes para catapultar a Jeb Bush. Su renuncia puede tener tres lecturas torales. La primera de ellas es el posible cansancio de la sociedad estadunidense por las dinastías, por lo que el mensaje llegaría hasta la oficina de Hillary Clinton. Una segunda lectura es la ausencia de empatía que despertó la candidatura de Jeb Bush. Y finalmente, el fenómeno Trump que hizo mover el epicentro ideológico de los contenidos de las campañas hacia el terreno de la migración.

 

“Esta noche, suspendo mi campaña”, dijo Bush, de 63 años, conteniendo las lágrimas, al hacer su anuncio en Columbia, Carolina del Sur. Su desesperación lo llevó a pedirle auxilio a su hermano George, quien sorpresivamente se metió a la agenda de su campaña. La imagen de George quedó sepultada por la guerra en Irak, en particular por las falsas pruebas que presentó en el Consejo de Seguridad.

 

Es muy probable que Jeb Bush apoye a Marco Rubio. Son amigos desde tiempo atrás. A Rubio no le vendrá nada mal el financiamiento de Bush.

 

El supermartes del 1 de marzo será la primera prueba de seriedad a la que se enfrentará Trump. Entre los 12 estados que tendrán elecciones primarias, Texas, Massachusetts y Minnesota son tres de los indicadores más importantes. La retórica explosiva de Trump se convertirá en su principal enemigo porque su mensaje tendrá que adecuarlo a las costas de Estados Unidos, zonas geográficas poco fanatizadas y nada proclives hacia la motivación del ¡sí se puede! No es fácil mentir a todos durante todo el tiempo.

 

Con Trump se demostrará que no siempre gana el que pone el ambiente. Llega el momento en que la demografía pide a los políticos dosis de realismo. Inclusive, en plena campaña.