París ha mantenido vigente su esteticismo ornamental. Escenario ideal para novelas non fiction. Pero la manifestación del domingo a favor de la libertad sólo puede ser traducida como una nueva toma de la Bastilla por parte de Charlie. Bienvenida la reedición del 14 de julio en 11 de enero. 1789 permanece en el basamento republicano pero 2015 apela a la tolerancia como el principal protagonista en nuestro fenómeno transcultural.

 

Lo del domingo se trató del paroxismo de lo inocultable; las ansias por no perder la libertad; la voluntad de abrazarse a la laicidad; regodearse a través de la libertad de prensa. Imposible dejar de festejar la victoria del humor sobre la adoración por lo sagrado.

 

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La siguiente marcha tendría que ser a favor del multiculturalismo. A favor de los casi cinco millones de musulmanes que no se identifican como abogados armados de Alá. Se trata de la urgente cesión de cultura personal a la amalgama de rasgos globales. Louis Vuitton y Chanel en el mundo musulmán. Porque entre ser sumisos ante seres celestiales o ser sumisos ante las marcas, es preferible ésta última. Ni modo Naomi Klein. Pendiente las asimilaciones laboral y por ende, económica. La no discriminación de apellidos árabes en empresas como Peugeot o Lacoste.

 

La respuesta social del domingo fue envidiable. Cuatro millones de franceses se sintieron amputados por falsos abogados armados de Alá. La estupidez mata. El amor por el fanatismo termina devorando al ser. El odio hacia el fanatismo es una acepción amorosa; salida de emergencia del mundo irracional.

 

La primera fila política de la manifestación parisina, asombrosa. Entre Netanyahu y Abbas, cuatro personas. Cuatro personalidades: Boubacar (Mali), Hollande, Merkel y Tusk (Polonia). Meses atrás Netanyahu destrozó Gaza. ¿A qué fue a París? Al parecer, para salir en la foto. Abás, por su parte, poco hizo para impedir que los terroristas de Hamás legislaran a través de armas. Imposible gobernar a punta de terror.

 

Pero no importa. Netanyahu y Abás algo tuvieron que haber aprendido durante la manifestación del domingo. En sus respectivos ojos algunas escenas tuvieron que almacenarse. Lección gratuita para ambos.

 

Pero la catarsis de la manifestación ocurrió en el momento en que François Hollande estiró los brazos para depositarlos sobre el cuello de uno de los trabajadores de Charlie Hebdo, Patrick Pelloux. Un abrazo con elevado contenido democrático; un abrazo solidario con la libertad de prensa. Atención. Atención. Un presidente indolente es un pobre político.

 

En efecto, el domingo tuvo que haber sido el día más triste para los yihadistas.

 

Un día políticamente estético. Cinco decenas de políticos rodeados por 1.5 millones de personas. Inédito en tiempos del WiFi político. Frente al marketing: sonrisas, cámara y acción. Frente a las responsabilidades: oscuridad e indolencia.

 

El Hollande criticado por su política económica fue aplaudido por los ciudadanos; el Hollande desdibujado por las encuestas, recobró color por el abrazo con Pelloux. A un lado la crisis del desempleo. A un lado su anemia de liderazgo. A un lado el ascenso grotesco del Frente Nacional. A un lado la muerte de las ideologías.

 

Hollande manejó la crisis terrorista frente a los medios de comunicación de forma organizada: Informó, aclaró, matizó. Fue el principal vocero de la República porque formaba parte de su obligación. No dejó espacio para rumores y cuando los hubo, envió al jefe de la policía para aclararlos.

 

Lo del domingo, una lección al mundo a través de una renovada toma de la Bastilla por parte de Charlie Hebdo y sus circunstancias.