Desde el ángulo mexicano muchos podrán pensar que la frontera entre las sátiras de Charlie Hebdo (en las que aparece Mahoma ridiculizado) y el insulto es inexistente. Al parecer, el laicismo forma parte del diccionario de la Real Academia de la Retórica Contemporánea del PRI-PAN-PRD por lo que ser mocho es una razón de Estado. En la otra cara de la moneda se encuentra la libertad de prensa acotada por la vanidad pueril del político-Narciso.

 

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El componente religioso en la libertad de expresión: periodistas se han enfrentado a la dulce autocensura y, los menos, al boicot comercial. El más emblemático de esta categoría es el que sufrió Canal 40 cuando Ciro Gómez Leyva reveló las desviaciones morales y/o la perversidad concupiscente de Marcial Maciel. En su momento, un coro de fanáticos pidió llevar la cabeza de Gómez Leyva a la guillotina “argumentando” que la fe es incuestionable.

 

Twitter y las viñetas forman parte del mismo tronco familiar porque la sencillez que representa el minimalismo también produce un mensaje editorial. Stéphane Charbonnier, asesinado el miércoles en la oficina del hebdomadario Charlie hebdo en París, consideraba que las desviaciones del islam no se asimilan a la Carta de Derechos Humanos de la ONU, basamento similar que sostiene a la arquitectura de la Unión Europea, y por supuesto, a uno de los pilares fundamentales de la República francesa, el laicismo.

 

A Charbonnier y a su equipo de trabajo se les podría considerar como críticos obsesos de las posturas radicales del islam pero en ningún momento se les debió amenazar y mucho menos asesinar en nombre de Alá. Francia resolvió con inteligencia la medición de los agravios. Lo que para mí conciencia representa una agresión no tiene que representarlo para los otros; para la sociedad; para la República.

 

La solución para no empantanarse en cuestiones religiosas es apelar a la libertad de expresión junto a una buena dosis de laicidad.

 

Las teorías de comunicación críticas de la primera mitad del siglo pasado no pueden cobrar vigencia en la sociología del siglo XXI. La influencia de los medios se diversifica a través de nuevos soportes tecnológicos, por lo que las tesis sobre la manipulación de Guy Debord o, inclusive, de Ortega y Gasset tienen que ser redimensionadas. La interpretación de una viñeta en la que aparece una bomba sobre la cabeza de Mahoma demanda un ejercicio metafórico. El agraviado puede utilizar las mismas herramientas para responder: por ejemplo, una caricatura satírica de Charbonnier en un blog o en redes sociales. Responder con un rifle AK-47 Kaláshnikov simplemente es un ejercicio de cobardía.

 

Ayer, Michel Houellebecq anunció que suspende su campaña de promoción de su novela Soumission (Sumisión). Houellebecq se ha convertido en foco de tensión durante las últimas horas por su acostumbrada crítica al islam. ¿Nihilismo irresponsable o sátira literaria?, se pregunta Ariane Chemin en Le Monde de ayer. Obvio, se refiere a Soumission. No. Ni una ni otra. Es cierto que la literatura de Houellebecq es nihilista. Él no tiene la culpa que su ficción probable sea traducida por fanáticos como una agresión. Su obra es una lectura sobre el cansancio o aburrimiento del ser contemporáneo. Así lo demuestra en Ampliación del campo de batalla, una obra de enorme valor literario. Lo mejor para los críticos de Houellebecq sería, primero, leer por lo menos una de sus novelas. Porque criticar sin conocer su obra es un acto de fanatismo.