BRUSELAS. La mutación ideológica del presidente catalán, Artur Mas, preocupa. Pero también preocupa el inmovilismo político descontrolado del presidente español, Mariano Rajoy.

 

Rajoy decidió monotematizar su gobierno a través de la economía; Mas también lo hizo pero con el tópico pro independentista. Sucedió lo esperado: choque brutal entre dos nacionalistas.

 

Rajoy traslada la solución de sus problemas políticos con Cataluña a los jueces; Mas comparte esos mismos problemas con sus ex antagonistas ideológicos, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Candidatura de Unidad Popular (CUP), dejando a un lado a su ex socio Unió Democrática de Catalunya (UDC). Algo andaba mal para esperar un buen final.

 

Hubo una época en la que en dos elecciones el partido de Artur Mas, Convergència Democrática de Catalunya (CDC),  obtuvo más votos (con el apoyo de UDC) pero no los suficientes para obtener mayoría de escaños en el Parlamento. El famoso tripartito de izquierdas (socialistas, independentistas y verdes) llevó a Pasqual Maragall a la presidencia. Mas se decepcionó pero esperó.

 

Artur Mas ganó la presidencia en la tercera oportunidad. Pactó con el Partido Popular (PP) para cerrarle el paso a los socialistas. Después llegó el 11 de septiembre de 2012: el día en que estalló el ánimo pro independentista en las calles de Barcelona. Más de dos millones de personas gritaron un “basta ya” a Rajoy, y un Catalonia is not Spain al mundo. A lo largo de tres kilómetros de las avenidas Passeig de Gràcia y la Vía Laietana se pudieron leer pancartas con un “Catalunya, un nuevo estado de Europa”.

 

Ese día cimbró la estructura ideológica de Artur Mas. Convocó a unas nuevas elecciones pensando que conseguiría una mayoría amplia en el Parlamento porque no podía seguir caminando junto al PP. Se equivocó, por lo que tuvo que buscar a un nuevo aliado. Su nuevo socio fue ERC, un partido de izquierda y pro independentista. La incompatibilidad ideológica entre sus socios de siempre, UDC, con ERC provocó un escenario nunca antes visto y todos sabían que el trío se iba a fisurar. Sucedió en el momento en el que Artur Mas anunció su voluntad por organizar un referéndum independentista. El gobierno de Rajoy se lo impidió sustentando su decisión en la Constitución. Mas recurrió a un eufemismo para cumplir con su promesa: organizó una consulta el 9 de noviembre del año pasado. Al no ser vinculante la mayoría de los catalanes no salieron a votar pero quienes sí lo hicieron fueron 2.3 millones de personas.

 

Artur Mas quiso pasar de la ficción a la realidad aunque al parecer sucedió lo contrario. Decidió disolver el Parlamento para organizar unas elecciones plebiscitarias. El resultado en votos no le ayudó aunque sí en escaños gracias a una nueva alianza. Junto a ERC decidió recibir el apoyo de la CUP, la mismísima formación anti capitalista y anti europeísta, pero pro independentista.

 

Ayer, la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell, le encargó a Artur Mas que, en 30 días, presente un proyecto de leyes de proceso constituyente, de seguridad social y de hacienda pública”. El problema es que Artur Mas tiene que someterse a una votación en el Parlamento para lograr su investidura. La CUP no lo quiere pero propone como presidenta a una de sus aliadas, Neus Munté. Mas insiste. Quiere ser presidente y amenaza con que el proceso independentista puede quedar “encallado”.

 

Del lado de los ultranacionalistas españoles hay quienes exigen a Rajoy que suspenda la autonomía catalana; que saque a la tropa a las Ramblas y a la Diagonal de Barcelona. Quieren sangre. Desean revivir la historia. No importa el costo. En su mente se encuentra instalado el imperio español. No importa. España roja pero no rota. Dicen.