Desde Madrid se cree que el problema es político; desde Barcelona, desde siempre, se piensa que el problema es cultural. En Madrid, cuando el Partido Popular (PP) gobierna, detona problemas con Barcelona. En Barcelona se sabe que el partido independentista Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) entra en escena cada ocasión que el PP gobierna. En Madrid no comprenden la razón por la que los catalanes hablan en catalán.

 

En Barcelona no comprenden que a los españoles les moleste que les hablen en catalán. Mariano Rajoy, cuando no era presidente, salió a las calles para hacer una campaña de desprestigio en contra del Estatuto catalán. Los catalanes salieron a las calles para depositar en las urnas su apoyo al Estatuto. El entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero prometió a los catalanes que apoyaría el Estatuto tal como el Parlamento catalán lo aprobara.

 

El PP de Rajoy llevó el Estatuto catalán a los jueces para que le pusieran el sello de anticonstitucional. El anatema del PP apareció en el preámbulo (no vinculante) del Estatuto: “Cataluña es una nación”. Los catalanes se enojaron porque se percataron que su democracia no es 100% suya, inclusive, se dieron cuenta la predisposición del PP para rebanarles legitimidades. Si el Estatuto hubiera sido aprobado como lo prometió Zapatero, probablemente el problema que ha detonado la consulta soberanista no existiría, y no existiría porque hace tres años sólo 15% de los catalanes deseaba la independencia de Cataluña.

 

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Rajoy ha articulado una estrategia precaria frente al problema soberanista de Cataluña. Artur Mas calculó erróneamente la conformación de su segundo gobierno: no obtuvo la mayoría absoluta y ahora tiene que compartir agenda con Oriol Junqueras, el presidente de ERC. Rajoy y Mas han fallado. Ahora, Mas y Rajoy se enfrentan. Rajoy piensa que el problema es legal, Mas asegura que el problema es democrático. Rajoy no ha querido negociar con Mas como sí lo hizo Cameron con el escocés Alex Salmond. Mas no quiere elegir otra ruta que no sea la de la consulta.

 

Los consejeros de Rajoy le tendrían que recordar que el problema ha dejado de ser político porque él mismo no ha utilizado a las herramientas de la política para negociar con Mas. Rajoy ha delegado en un ejército mediático la conformación de percepciones bélicas. Artur Mas ha recurrido a la su televisión autonómica (TV3) y al periódico La Vanguardia para responder a la metralla que, por ejemplo, surge de los periódicos El Mundo, ABC o La Razón, entre otros. Por ejemplo, ayer, en su noticiero matutino Es la mañana en EsRadio, el periodista Federico Jiménez Losantos tradujo la convocatoria de la consulta en un “golpe de Estado”. Su derivada es algo más que demencial. Los vestigios fascistas irrumpen en la creencia de que España es un imperio y cuidado con las sacudidas autonómicas producto del “café para todos”. Para el PP no hay más café que el cortado que se sirve en Madrid.

 

El problema cultural entre Barcelona y Madrid ha florecido por dos crisis: económica y política. El PP y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) ya fueron sorprendidos durante las elecciones europeas de mayo por el nacimiento de Podemos, el brazo político de los Indignados, la célula social del hartazgo de la crisis hipotecaria. Políticamente, España se encuentra colapsada. Los partidos que han sustentado el establishment desde la transición (finales de los setenta) han sido rebasados por el malestar de los Indignados, es decir, por Podemos.

 

El problema económico impactó en Cataluña acrecentando su déficit público. Artur Mas, al inicio de su primer gobierno, se dedicó a recortar el gasto en sectores sensibles como el de salud. Miles de pensionados tuvieron que acudir al médico a lugares lejanos a los que acostumbraban debido a las restricciones que el gobierno aplicó. Artur Mas, acorralado por el déficit, se presentó con Rajoy pidiéndole un nuevo concierto fiscal, es decir, mayor autonomía. El presidente español no quiso saber nada del tema. Es más, le dio un portazo. Ahora, sabemos el costo que genera la indiferencia. Desde que ganó la presidencia, Rajoy se ha convertido en un funcionario técnico cuyo único idioma es la economía. Es cierto, la crisis que se encontró ha sido la más aguda desde la transición, sin embargo, en la jerarquía de las decisiones de todo presidente no se puede suprimir a la política. Rajoy lo hizo.

 

Por el momento, el conflicto cultural es grave. Mucho más que el liderazgo por el que compiten el Real Madrid y el Barcelona.