Michelle Bachelet llega a México alicaída. En su radio familiar la corrupción la acompaña y, al mismo tiempo, la hunde en mediciones demoscópicas. Hace algunos meses hizo un cambio profundo en su gabinete como manejo de crisis pero la confianza entre quienes le votaron ha ido disminuyendo.

 

Lejos se encuentran los años en los que brillaba su historia. Hija de Alberto Bachelet, general de brigada de la Fuerza Aérea de Chile y miembro del gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, Michelle y su madre Ángela Jeria, pasaron a la clandestinidad. En 1975 fueron detenidas y trasladadas a Villa Grimaldi. Su padre fue asesinado en prisión.

 

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Al principio de siglo llegó a la silla máxima de la Defensa chilena, en el gobierno de Ricardo Lagos y en 2006 ganó las elecciones presidenciales. Su biografía nutritiva resultaba refrescante. Durante el gobierno de Sebastián Piñera, Bachelet vivió en Nueva York, ocupando cargos en Naciones Unidas. El gobierno conservador decepcionó y ella regresó al poder en marzo del año pasado. Un año después su administración es una pesadilla.

 

En su reciente gira a El Salvador y México, Bachelet ha tratado se exprimir jugo a la retórica de la historia. Otra vez. Poco ha hablado (hasta el momento) de la Alianza del Pacífico y mucho de las relaciones históricas de México con Chile. El mismo rollo. “México y Chile retomaron su relación de amistad hace ya un cuarto de siglo, después de un periodo muy oscuro de nuestra historia”, dijo la presidenta chilena en el Campo Marte durante la recepción que le dio el presidente mexicano. Sí, plausible la decisión de López Portillo de romper relaciones con la dictadura de Pinochet. Pero eso ocurrió hace 44 años.

 

Unas horas antes del evento en Campo Marte, en Chile, ingresó al estacionamiento de la Fiscalía Regional de O’Higgins Natalia Compagnon, esposa de Sebastián Dávalos, hijo de la presidenta chilena, para declarar por segunda ocasión, en calidad de imputada, ante el fiscal Luis Toledo, encargado del caso Caval; un caso de tráfico de influencias encabezado por Sebastián Dávalos, quien habría ayudado a la obtención de un crédito superior a los 10 millones de dólares, días antes de que su madre ganara las elecciones del año pasado, para comprar un terreno en Machalí. La socia de la empresa Exportadora y de Gestión Caval Limitada compró finalmente tres terrenos en Machalí en 2014, mismos que fueron revendidos al inicio de 2015. La ganancia de las operaciones: cuatro millones de dólares. Un crédito blando con rendimientos cuantiosos gracias al tráfico de influencias.

 

Ayer, en un artículo de opinión en el periódico Mercurio, Belisario Velasco, ex ministro del Interior durante el primer gobierno de Bachelet, hizo una dura crítica a su ex jefa: “Hágase lo que se haga, parece que nada consiguiera mejorar la sintonía de la Nueva Mayoría. Se ha ensayado cambios de gabinete, ajustes programáticos (…) Pero los esfuerzos han resultado infructuosos. No bien se pone en marcha un nuevo ejercicio de restablecimiento de confianzas, y ya se activa el virus del conflicto y la división”.

 

Cuando se destapó el caso Caval, 6 de febrero de 2015, la presidenta guardó un largo silencio. Su manejo de crisis fue erróneo por inexistente. En mayo Érika Silva, asesora del hijo de Michelle Bachelet, publicó en su cuenta de Twitter una crítica por la reacción tardía del ministro del Interior. El 8 del mismo mes fue marginada de su puesto. En su relato tuitero, Érika escribió que entre lágrimas le explicó el caso en el que estaba involucrado su hijo.

 

Michelle Bachelet es historia pero también decepción. La retórica de sus vivencias durante la dictadura no puede ser una cortina de humo.