Si los siempre inteligentes Carrie y Saul fueran enviados (por la CIA de la serie de televisión Homeland) a Damasco, posiblemente desconectarían al presidente sirio Bachar al-Asad del poder. Pero lamentablemente no todo el mundo de la diplomacia puede ser adaptado a las series de televisión.

 

Siria es algo más que un laberinto. Sus problemas se tienen que analizar en varias dimensiones, de lo contrario la conclusión terminaría siendo maniquea. El bueno asediado por el malo; los moralistas huyendo de las garras de los amorales. Kant frente a Kissinger.

 

Las herramientas políticas del siglo XXI no logran descifrar la dimensión de las palancas que podrían desmantelar la maquinaria construida en épocas del oscurantismo.

 

Los cinco asientos del Consejo de Seguridad del planeta representan al menos dos visiones radicalmente opuestas de la política

 

En efecto, las multivariables de la crisis siria se mueven en varias dimensiones: de la profética a la geoestratégica; de la religiosa a la política; del unilateralismo al multilateralismo. La acumulación de siglos distribuidos en cuatro años.

 

La dimensión profética esboza a Mahoma descendiendo por el minarete blanco de la gran mezquita de Damasco para combatir a falsos mesías, escenario que detonaría el día del juicio final. Chiitas y sunitas rivalizan a través de sus respectivas interpretaciones del islam.

 

¿Cómo se transfigurará Mahoma en tiempos de Putin y Obama?

 

bachar

En efecto, la dimensión geoestratégica presenta, otra vez, un cara a cara entre Barack Obama y Vladimir Putin (en lenguaje frío, Estados Unidos y Rusia); el desacuerdo lo representa Bachar al-Asad con el rol que debe tener en el corto plazo.

 

La dimensión multilateral recuerda a Obama que no está solo. Que Putin se encuentra al otro lado del tablero geoestratégico.

 

La mutación del problema sorprende. De una rebelión primaveral a una guerra civil; después, el problema tomó color de una batalla sectaria regional (Arabia Saudita e Irán como los jugadores importantes de la zona) y finalmente los aviones de Estados Unidos y Rusia ya vuelan por el mismo espacio aéreo y de manera brumosa combaten al mismo enemigo. Pero la bruma es tan espesa que no hay claridad en dicha afirmación.

 

Entre la bruma se asoma el Estado Islámico y el Frente al Nusra; los del califato transmoderno de Al-Baghdadi que correría de Afganistán a Siria pasando por Irak, y los de Al Qaeda que elevan la bandera sunita en la búsqueda del derrocamiento presidencial.

 

El presidente Bachar, con 15 años en el poder (junto a los 29 de su papá, Hafez), al parecer no se irá hasta que los 22 millones de sirios se encuentren afectados por la guerra; ya van más de 10 millones. La pregunta es: ¿A quiénes gobierna Bachar?

 

Bachar se sorprende que el Estado Islámico tenga un brazo turístico. Más de nueve mil curiosos han decidido emprender una campaña de “humanitarismo armado”; las ONG contra el aburrimiento occidental yendo a Siria para derrocar a los yanquis y a Bachar. El destino final, dicen, es la recuperación de la mezquita Al-Aqsa, en Jerusalén.

 

Dos son los lenguajes de comunicación del horror que emite Siria hacia el occidente: el del Estado Islámico en Palmira (semiótico y sin doblaje) y la serie de televisión Homeland (Estados Unidos nuevamente en la vanguardia de la comunicación).

 

Palmira ya no se encuentra en estado selfie. El viejo déjà vu más sabio que el inocente párvulo hace pedazos lo que la UNESCO protege para los fotógrafos de la guía Michelin.

 

Homeland como el noticiero pedagógico y entretenido. Una obra de arte al estilo Patricia Highsmith, donde el criminal genera empatía al lector. En el caso de Homeland, la CIA tiene el don de generar simpatía gracias a Carrie y Saul.

 

Los brazos de la CIA no llegan a los palacios de Damasco. Y para mala fortuna, tampoco los de Homeland.