A la mitad del vuelo transatlántico, la torre de control de Los Pinos ordena que piloto y copilotos abandonen el viaje porque otras cuatro personas tomarán los mandos de la nave. Los pasajeros sospechan que algo raro sucede y lo peor, desconfían de los relevos. Abordaron el avión vestidos de civiles y ahora ya portan el flamante uniforme de la aerolínea. “El ornamento hace el oficio”, diría el creador de los paradigmas.

 

Justo en el relevo, la torre de control egipcia avisa a la nueva tripulación que unos helicópteros Apache mataron a varios turistas mexicanos.

 

-¡Desviemos la ruta! Avisa la torre de control de Los Pinos. Viajen a Egipto de inmediato, es la orden.

 

La angustia entre los pasajeros se incrementa. Poca información y demasiada emoción, tanta como la que chorrea de las cámaras de televisión que emiten en vivo la llegada del TP01 procedente de El Cairo al aeropuerto internacional de la Ciudad de México.

 

¿Son héroes? Así parece. La comandante del vuelo platica con los heridos en el trayecto que va de las escalerillas de la nave a las ambulancias que se encuentran en el nuevo hangar presidencial.

 

La improvisación es el arte de la emoción a la carta

 

En pocas semanas, el gobierno del presidente Peña desmanteló a la que no hace muchos meses era la secretaría mejor evaluada por la sociedad: Relaciones Exteriores. En efecto, el papel de José Antonio Meade como secretario fue relevante, en parte, por sus rasgos políticos que embonan a la medida de los demandantes roles de la diplomacia, pero también porque logró articular un equipo de trabajo de buen nivel con Vanessa Rubio, Sergio Alcocer, Juan Manuel Gómez Robledo y Carlos de Icaza como subsecretarios.

 

Claudia Ruiz Massieu llegó al edificio de avenida Juárez en medio de la crisis de refugiados sirios y el ataque del ejército egipcio al grupo de turistas. En ambos casos la crisis fue mal manejada. También arribó a la secretaría pocas semanas antes de la Asamblea General de Naciones Unidas.

 

EGIPTO_LESLIEUnas horas antes del domingo 13 de septiembre, fecha en la que murieron ocho mexicanos en Egipto, la secretaria comentó a los medios que el gobierno estaba evaluando la adopción de refugiados sirios. La fotografía del cadáver infantil de Alan Kurdi convenció más a la comunidad internacional para abrir los brazos a los sirios que los dos mil 800 muertos que perecieron en similares circunstancias en lo que va del año.

 

Al día de hoy, Ruiz Massieu no ha dicho la cifra de refugiados que llegarán a México. Bajo la cultura del zapping que se vive en la burocracia mexicana, en la agenda de los noticieros aparece Bachar al-Asad y Vladimir Putin y no Alan Kurdi, así que asunto olvidado porque se atravesó el caso egipcio.

 

Ataviada con ropa de luto, la nueva secretaria aterrizó en El Cairo en el momento en el que el ministro de Exteriores egipcio, Same Shukry, enviaba una carta a los mexicanos para arrimarnos su hombro por la muerte de “decenas de miles de personas inocentes” durante la batalla en contra del narcotráfico. El reporte egipcio fue expedito y profundo, como lo exigió el gobierno del presidente Peña. “No vengan a molestarnos porque la cifra de un dígito es nimia frente a la de seis dígitos”; una expresión que todo general golpista pudo haber derivado en la crisis de los turistas mexicanos.

 

Paradójicamente, el día en que llegaron los restos de los vacacionistas que fallecieron, la secretaria Ruiz Massieu no se trasladó al aeropuerto. Los spin doctor le dirían a la funcionaria que todo plan que se inicia debe de concluir.

 

El tercer error corrió a cargo del presidente Peña durante su discurso en Naciones Unidas. Hablar del populismo local (porque Trump es un show man, no un político) en la tribuna global por excelencia es similar a la explicación del problema entre Rusia y Estados Unidos en el Congreso de Toluca. Y más cuando el populismo mexicano lo inventó el PRI.