En un planeta saturado de tópicos y clichés, como lo es el futbol, pocos lugares comunes más desafortunados que aquel de “con ese equipo cualquier entrenador es campeón”.

 

Subestimación total del liderazgo, del saber inspirar a un colectivo, del medular acto de gerencia de egos adolescentes, millonarios y famosos.

 

No dudo que el Bayern Múnich será campeón otra vez de Alemania; como sea, llegada la Jornada 11, prácticamente la tercera parte del campeonato, el liderato lo ocupa el sorprendente y recién ascendido RB Leipzig. Tampoco dudo que Carlo Ancelotti es un fenomenal director técnico, cuya mano se notará más pronto que tarde en el plantel bávaro. Sin embargo, con Pep Guardiola en los controles, a estas alturas de la Bundesliga los muniqueses ya estaban más que lanzados al título: 24 puntos ahora, contra 31 en este preciso momento de la campaña pasada. ¿Qué opinaban por entonces muchos críticos? Que con ese trabuco no había mérito del DT, acusación que se repitió cuando el Bayern fue incapaz de ganar la Champions League.

 

La realidad es que si estrategas como Guardiola reciben normalmente esos proyectos deportivos es por algo: no son grandes por los cracks a los que guían, sino que por su probada grandeza es que llegan a ser elegidos para guiar a esos cracks.

 

Dicho lo anterior, también, bajo el entendido de que en ocasiones no logran evitar poses mesiánicas, asumiendo que ven lo que nadie jamás será capaz de ver. El propio Pep arrastraba de años atrás una enemistad con el otrora astro máximo del Manchester City, Yaya Touré. De entrada no le registró para la Liga de Campeones y le ignoró por completo en la Premier League: tres meses sin jugar para el futbolista mejor pagado del club. Finalmente el sábado le utilizó y el marfileño respondió con una actuación al nivel de lo que se le conoce.

 

No es el único caso así. Pensemos, por ejemplo, en Juan Mata, quien era el jugador más desequilibrante del Chelsea cuando José Mourinho volvió en 2013; pese a haber sido votado el mejor del equipo en las dos temporadas previas, el portugués no le halló sitio y de inmediato lo vendió al Manchester United, donde tres años después cambió de parecer y le tiene de titular.

 

Pero esas obstinaciones y paranoias son un tema que no me desvía de mi planteamiento inicial: afirmar que con determinados futbolistas no tiene mérito ser campeón es pensar que los mejores músicos no requieren del talento de un gran director de orquesta o que el liderazgo es innecesario si se cuenta con un buen bloque de profesionales.

 

Guardiola no sólo fue campeón tres años seguidos en la Bundesliga, sino que lo hizo sin dejar margen para que se llegara a dudar de que así sería, tan distinto a la actualidad: con el Bayern a tres puntos de la cabeza y con cinco escuadras sólo tres puntos detrás, es decir, con una cosecha promedio.

 

No. No con cualquiera…, dicho eso bajo la certeza de que Ancelotti no lo es y, por ello, el Bayern será con él de nuevo hegemónico.

 

Twitter/albertolati

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