Cacofonía necesaria: ciclos, ciclismo, ciclistas.

 

Ciclos. De pedal en pedal, el ciclismo de ruta tiene por esencia las pendientes; cuesta arriba y cuesta abajo, creciente ilusión y eventual decepción, nueva euforia hasta que el dopaje demuestre lo contrario y nos devuelva a la llanura del descrédito. Ciclos.

 

Apenas diez años han sido necesarios para que emerja un nuevo titán. Como Lance Armstrong entre los últimos noventa y los primeros dosmiles, Chris Froome va arrasando en el Tour de Francia desde que tiene 28 años; con 32 recién cumplidos ha conquistado su cuarta corona en cinco ediciones y, visto tanto el poderío de su equipo como el privilegio de sus condiciones, no parece factible que pronto vaya a claudicar. Como Bradley Wiggins es británico y corre con el Team Sky.

 

A diferencia del efímero Wiggins, excéntrico monarca en un solitario año, Froome va por las etapas francesas con hambre de novato; a diferencia de Lance, no somete al grado de sentenciar la competencia desde su mitad misma, pero sí expone un nivel de consistencia y perseverancia que hace indiscutible su calidad de favorito. A diferencia también de Wiggins, retirado precipitadamente ante las acusaciones de lo que consumió, o del propio Armstrong, envuelto en un huracán de suspicacia hasta la confirmación de la colosal mentira, de momento Froome no genera dudas.

 

Otra vez ha dejado París con la casaca amarilla tatuada al cuerpo. Otra vez el Arco del Triunfo, orgullo francés en parte para que lo vieran desde el otro lado del Canal de la Mancha los ingleses, ha sido para consagrar a un angloparlante. Otra vez es el rey de los Campos Elíseos.

 

¿Podemos creer? Por supuesto que sí, al menos hasta que se demuestre lo contrario, pero qué difícil efectuarlo en el Tour.

 

Días atrás, la fotografía de las exhaustas piernas de un ciclista daban la vuelta al mundo, como recordatorio de las inclemencias de esa competencia. Admiración, asombro, compasión, escalofríos, indignación, todo al ver el precio de esas tres semanas de gira francesa.

 

¿Qué tiene que ver con Froome? Todo y nada, porque la exigencia de esa prueba, el afán de grandeza en ella, es también lo que ha propiciado el dopaje; porque, contrario a lo que alarmaba en las piernas del cuasi mártir Pawel Poljanski, Froome tiene la fuerza para finalizar en un estado más o menos aceptable –qué injustos ante ese portento de disciplina, pero la historia nos ha convencido de que hasta eso parece sospechoso en el ciclismo de ruta.

 

Cuatro Tours no son poca cosa. Froome durmió el domingo en el segundo peldaño histórico, sólo detrás de los pentacampeones Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin. Otro par de años así y el Olimpo de los pedales será suyo. Ese Olimpo que usurpó y manchó Lance Armstrong. Ese Olimpo con eternas interrogantes: ¿quién de los de antes, quién de los de ahora, pedaleó sucio?

 

Cacofonías que no parecen casuales: ciclos, ciclismo, ciclistas. Cuestas arriba, cuestas abajo. ¿Crédito? Sí, considerando que los esquemas de detección son hoy mucho más sofisticados que una década atrás. Sí, al menos por ahora, que en eso se ha convertido el más popular de los deportes, ese en el que es testigo quien llega antes y no quien paga más.

 

Twitter/albertolati

 

caem

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.