El escepticismo ante la filantropía –definida etimológicamente como “amor por la humanidad” – no es un producto del cinismo posmoderno. Ya desde la época precristiana Aristóteles advertía sobre los límites de la filantropía en sus tratados de ética: “Dar dinero es fácil; una actividad sencilla que cualquier hombre puede llevar a cabo; pero decidir a quién dárselo; qué cantidad dar, para qué propósito y cómo hacerlo, eso ya no es fácil y no está dentro de la esfera de capacidades de cualquier hombre”. En efecto: la más de las veces el acto de donar dinero y tiempo a una causa específica se reduce a aliviar temporalmente los efectos más dramáticos de un problema, pero casi nunca a resolverlo de manera permanente.

 

Hace unas semanas, “The Chronicle of Philantropy”, publicación que cubre el mundo de las organizaciones sin fines de lucro, dio a conocer la lista de los cincuenta principales donantes de 2013. Este grupo –al que se le presenta como “los filántropos más importantes” – entregó el año pasado un total de siete mil 700 millones de dólares a diversas causas, un cuatro por ciento más que en 2012.

 

El cofundador de Facebook, Mark Zuckerberg y su esposa, Priscilla Chan, se convirtieron en los mayores filántropos de Estados Unidos, al donar casi mil millones de dólares en acciones de la red social para la Silicon Valley Community Foundation, entidad dedicada principalmente a gestionar becas educativas.

 

Zuckerberg y Chan –29 y 28 años, respectivamente– son los filántropos más jóvenes de la lista, que tiene una media de 72 años. Les sigue George Mitchell, fallecido en julio pasado y creador del controversial “fracking” (técnica de fracturación hidráulica para la extracción de petróleo y gas). Mitchell dejó 750 millones de dólares a una fundación orientada a la sustentabilidad. En tercer lugar aparece Phil Knight, ex CEO de Nike, quien donó 500 millones de dólares a la Oregon Health & Science University Foundation, dedicada a la investigación contra el cáncer. Figuras como Michael Bloomberg, el ex alcalde de Nueva York, y Sergey Brin, uno de los fundadores de Google, completan el listado.

 

Nadie duda que estas donaciones le generen beneficios a cientos, quizá miles de personas. Sin embargo, cuesta trabajo no pensar en el escepticismo aristotélico una vez que se evalúa el esfuerzo específico de algunos de estos filántropos frente al contexto general de sus vidas empresariales.

 

Zuckerberg, por ejemplo, comenzó a interesarse en la filantropía a partir del estreno de The Social Network en 2010, cinta que represento un golpe a su imagen al describirlo como un nerd egoísta y rencoroso.

 

La Silicon Valley Community Foundation, la organización apoyada por Zuckerberg, no está conectada con programas que vayan más allá del otorgamiento de becas y fondos distribuidos de manera dispersa. En un artículo publicado el año pasado en The New Yorker, el periodista George Packer acusó a Zuckerberg de vivir en un mundo aislado de las realidades sociales de Silicon Valley, la comunidad que en teoría debería beneficiarse más de sus labores filantrópicas. No extraña que Bill Gates, ex CEO de Microsoft, califique las acciones caritativas del líder de Facebook como “confundidas” y “poco relevantes”.

 

El difunto George Mitchell, segundo en la lista, fundó una organización a favor de la sustentabilidad, pero lo cierto es que un sinnúmero de científicos y organizaciones consideran que el “fracking” es una técnica que contamina el agua y arruina la viabilidad ecológica de las comunidades donde se lleva a cabo. Visto con atención, el listado de los primeros lugares de “The Chronicle of Philantropy” parece ser una enumeración de los empresarios que destinaron más dinero a lavar su imagen, y no tanto un grupo de genuinos activistas sociales. La filantropía debería ser algo más que esto.