Una y otra vez rebota por las paredes de las instalaciones de la FIFA en Zúrich esa incomprensión. Bota y rebota como el balón al que desde ahí tenían que haber defendido, ese al que usaron para enriquecerse y empoderarse.
Muchos de quienes eligieron a Qatar para albergar el Mundial 2022 ya no están ahí (legión de encarcelados, investigados, acusados), pero su decisión permanece, así como las secuelas.

 
La codicia de unos cuantos llevó al futbol al precipicio; sólo así puede explicarse que la candidatura peor calificada fuera la aprobada: ¿entonces para qué demonios la calificaron?; sólo así podemos referirnos a la nula reflexión de esa asamblea sobre el clima: como si lo de los 45 grados en el Golfo Pérsico en julio fuera novedad; sólo así es posible asimilar que nadie alertara ante el esquema medieval de trabajo que impera en el Emirato y del que la FIFA sería inevitable cómplice.

 
Al notar la dimensión del caos, Joseph Blatter se decidió a reaccionar: quitaría la sede a Qatar y reabriría el proceso de votación. Eso, a la vez, le brindaría un refugio en la tormenta, porque el FBI ya investigaba al organismo y acaso sería aplacado devolviendo al principal afectado, Estados Unidos, a una justa votación de la sede de ese certamen.
Sucede que su rival en las elecciones presidenciales de 2011, el qatarí Mohammed bin-Hammam, purgado a medio proceso por corrupción, le sabía demasiado. Había sido su operador durante más de una década. La respuesta del Emir a Blatter fue concisa: bin-Hammam saldría del panorama, pero Qatar 2022 no se podía tocar, a menos que Sepp estuviera dispuesto a ver publicado todo lo que su antiguo aliado sabía de sus tejemanejes.

 
Súbitamente, cambió el discurso de Blatter: que si se criticaba a Qatar por racismo, que si por eurocentristas, que si por islamófobos, que si por no dejar que el Mundial fuera de todos.

 
Blatter caería cinco años después y entre los aspirantes a su trono, sólo uno se refirió a la posibilidad de quitar a Qatar el Mundial 2022 (de otra nobleza árabe, pero de la más Occidental y liberal): el príncipe jordano Ali bin-Hussein. Los demás, hicieron desde la campaña como que no veían, incluido, por supuesto, Gianni Infantino (no olvidar que su mentor, Michel Platini, fue el apoyo más sólido de esa candidatura).

 
Así como cientos de explotados trabajadores bangladeshíes han perecido en las construcciones, más pronto que tarde ha detonado el otro tema principal: que Qatar financia a grupos terroristas, que el Emirato apoya (con ese mismo sello Qatar Foundation que exhibía en su casaca el FC Barcelona) al extremismo islámico. ¿Dicho por quién? No por estadounidenses o británicos, sino por buena parte de sus vecinos, entre quienes contamos a naciones que obligan a la más añeja y recalcitrante práctica del Islam como el wahabista reino de Arabia Saudita. Así que este fin de semana rompieron relaciones con el gobierno qatarí, Bahréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Libia, Yemen, la mencionada Saudiarabia.

 
La sede del 2022 está aislada por cielo, mar y tierra, sin amigo alguno en varios kilómetros a la redonda.
¿Y la FIFA? Viendo rebotar esa pelota loca por sus instalaciones, sin capacidad ni voluntad para detenerla. Lo mismo da que al fin se admita de forma abierta el vínculo qatarí con grupos terroristas; igual, cuando votaron en 2010, todos, todos, todos quienes leyeran un poco de prensa internacional, ya lo sabían.

 
Twitter/albertolati

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