Al pie de Su Majestad, refutemos: que el tiempo no existe, que la vejez es relativa, que no son universales aquellas gráficas que desde siempre han vinculado a veteranía con disminución de facultades físicas, con rendimiento a la baja, con decrepitud deportiva.

 

Al pie de su trono, aceptemos: muy de vez en vez, quizá apenas en una ocasión por siglo, nace alguien predestinado a hacer como nadie ha hecho, a hacer como nadie más hará, una actividad; a sublimarla y elevarla; a ejecutarla con tan delirante facilidad que, al verlo, todos los mortales pensemos que es cuestión de vestirnos de blanco para ser tenistas, para apenas mover la mano y clavar la pelota en la esquina, para someter al rival sin sudar, para llegar con violín a todas las bolas, para bailar ballet colgados de una raqueta, para sospechar (¡ilusos!) que ni siquiera resulta necesario entrenar para semejante nivel.

 

Al pie de su hermoso reinado, concedamos: que la añeja estructura del cuento, que aquello de introducción-desarrollo-nudo-clímax-desenlace, en éste caso es introducción-clímax, desarrollo-clímax, nudo-clímax…, y después muchísimo más clímax sin hallarse fecha para el desenlace, como no sea “y ganó feliz por siempre”.

 

Cerca de los 36 años, Roger Federer es incluso más total que cuando se acercaba a los 30 y se acostumbraba a dejar de levantar los más preciados trofeos. Dos años y medio, entre el Abierto de Australia 2010 y Wimbledon 2012, en los que no estuvo ni cerca de elevar su palmarés, en los que pudo intuirse una decadencia, en los que parte de sus más fervorosos feligreses se atrevían a sugerir que lo mejor era ya un digno retiro. Rafael Nadal y Novak Djokovic ejercían tal hegemonía, que hasta los 16 Grand Slams de Federer parecían susceptibles de ser alcanzados. De su corona 17 podía dudarse más a mediados de 2012 de lo que hoy, con tamaña exhibición para ceñirse la 19, dudamos de la 20, la 21, la 22, las que sean, acaso las que él quiera.

 

Basta con ver los movimientos de Federer para comprender que nació para bordar tenis con hilo de oro. Basta con comparar su cadencia con el huracán que los demás requieren, para dimensionar sus condiciones. Basta, como también basta con asomarnos a sus números. Sin embargo, detrás del renacimiento de este Leonardo con raqueta, hubo también una reinvención, hubo una importante cuota de autocrítica para mejorar lo que década y media atrás ya lucía perfecto, hubo y continúa habiendo demasiada hambre, competitividad contra fuego y canas.

 

Federer sigue ganando porque ha vuelto a ser el mejor. Federer ha vuelto a ser el mejor porque no se ha cansado de trabajar para ello. Federer ha trabajado para ello porque entiende, y postrados ante su corona nos invita a entender, que por genial que la naturaleza le haya configurado, el más importante de sus talentos es el tesón, la perseverancia, el amor a lo que se hace, la disciplina, la voluntad.

 

Quizá por eso, sea capaz de hacernos refutar a los años: y es que sólo ante la eternidad de lo divino, el tiempo se rompe, deja de existir.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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