El cardenal Norberto Rivera Carrera aseguró que si bien la familia es fundamental como factor educativo, su poder se ha reducido y es frágil en este tiempo, donde controlan su ambiente los medios de comunicación, la publicidad y una instrucción escolar que interpreta mal el laicismo.

 

Al pronunciar su homilía advirtió que la tarea educadora de los padres de familia es desfavorecida por un ambiente cultural que presenta a los hijos como estorbo, que antepone a los adultos el placer y la comodidad y tiende a justificarlo todo y a eliminar incluso la distinción entre el bien y el mal.

 

Durante la misa dominical en la Catedral Metropolitana, en la que el también arzobispo primado de México encabezó la fiesta a la Sagrada Familia, recalcó que la misión específica de los padres es educar, pero no como quien se siente dueño del otro, sino ayudando a los hijos a entrar en la totalidad de la realidad.

 

Los padres deben “educar con la palabra y el ejemplo, en las relaciones y decisiones cotidianas, y mediante gestos y expresiones concretas, pues de esa manera inician a sus hijos en la auténtica libertad, que se realiza en la entrega sincera de sí”, exhortó.

 

Rivera Carrera enfatizó, sin embargo, en que en esta sociedad, tomar esta misión tan noble es desfavorecida por un ambiente en el que con frecuencia la preocupación principal no es el desarrollo integral de la persona, sino conseguir un buen puesto o un estatus social.

 

Lamentó que a menudo, en la familia los padres viven presionados por conseguir el alimento, las medicinas y la escuela, sin poder pensar en otros aspectos importantes de la persona.

 

Aseguró que en esta célula de la sociedad, como en todo, la verdadera libertad a la que estamos llamados todos los seres humanos no se contrapone al auténtico sentido de autoridad.

 

“Para esto, los padres deben ser conscientes que no es lo mismo autoridad, que viene de autor-dar vida-hacer crecer, que autoritarismo, en donde prevalece la imposición y todo se justifica por el clásico: aquí se hace esto, porque lo digo yo”, expresó el cardenal.

 

Ante familias y feligreses, afirmó que si bien los padres siempre deben ser escuchados, pues por ellos habla la voz de la responsabilidad y la experiencia, también a los hijos, en virtud de que siempre tienen algo que decir.

 

Consideró que ya es ordinario que los papás tengan un sentimiento humano encontrado, pues por un lado “saben que su niño es suyo y al mismo tiempo no lo es. Saben que ellos le han dado la vida y otros muchos bienes, pero también saben que tiene un destino propio”.

 

En términos cristianos, explicó, a esta situación se le denomina “vocación” de ser padres, la cual es una palabra llena de significado, pues representa “que la vida que han transmitido viene de alguien superior a ellos, que su hijo ha sido llamado por algo o por alguien, a alcanzar una meta, un fin, que no es el del padre o el de la madre”.

 

El arzobispo planteó que, como siempre y en medio de cualquier situación socio-económica o ideología, el pilar básico de la familia debe ser el amor.

 

“Si se quiere pasar de la mera coexistencia a la convivencia verdaderamente humana, hay que fundamentar el hogar en la solidaridad material y espiritual, en el altruismo, en el respeto, en el perdón, en todo aquello que sea fruto o expresión del amor. Levantar el edificio familiar sobre el egoísmo es exponerse a la ruina”, subrayó.

 

Sin embargo, indicó que la familia no es una isla cerrada, aunque sí la primera célula social y eclesial, por lo que hogar debe ser una escuela donde se practican las relaciones positivas que han de vivirse también en las otras esferas de la sociedad civil.