NAIROBI. La somalí Fadumo Dayib amamantaba a su bebé frente a la televisión en su casa de Helsinki cuando le dio un vuelco el estómago: una mujer contaba en pantalla cómo su hijo había muerto antes de alcanzar el centro de salud más cercano, a horas de distancia a pie, en algún rincón de Somalia.

 

“Por un instante, aquel niño me recordó a los 11 hermanos que había perdido por enfermedades prevenibles, y aquella mujer, a mi madre”, cuenta en una entrevista a Efe. En aquel momento, esta refugiada decidió convertirse en la primera mujer candidata a presidir Somalia.

 

Enfermera y madre de cuatro hijos, dice conocer la cura para todos los males de su país, el Estado más fallido de África tras casi tres décadas en guerra: la democracia.

 

“Mientras tengamos un mecanismo electoral excluyente no tendremos una paz sostenible”, advierte.

 

El país del Cuerno de África encara un incierto y poco democrático proceso electoral que culminará con las presidenciales el próximo 30 de noviembre, mientras el inicio de las legislativas, que ya deberían haber comenzado, continúa retrasándose.

 

Dayib, una culta mujer de la diáspora en un país donde las féminas están fuera de la política, reconoce sus opciones: “No tengo dudas de que ganaría si tuviéramos elecciones democráticas pero, desafortunadamente, el sistema actual silencia al 99 % de la población”.

 

Las promesas de celebrar elecciones por sufragio universal en 2016 en Somalia han ido diluyéndose en el último año. Los actores locales y sus socios internacionales solo han podido acordar comicios para un cuerpo de 14.000 votantes seleccionado de acuerdo con un sistema de clanes.

 

Es la conocida como “fórmula electoral del 4,5”, empleada desde la instauración del Gobierno Federal de Transición somalí en el año 2000. Consiste en dar más representatividad a los cuatro mayores clanes del país -de ahí el 4-, agrupando a los clanes minoritarios en el coeficiente restante de 0,5.

 

“Son un puñado de ancianos decidiendo en nombre del 99 % de la población. Un sistema elitista, excluyente y dominado por hombres”, lamenta Dayib.

 

Peor todavía es la responsabilidad que, a su juicio, tienen los países occidentales, principales donantes del país, al financiar un sistema electoral que “contribuye a silenciar la opresión y subyugación de la mayoría de los somalís”.

 

“Es el dinero de los ciudadanos europeos y estoy segura de que ellos no quieren un sistema antidemocrático anticuado”.

 

Ha pasado muchos años en Europa, ha podido estudiar en Harvard, ha trabajado para la ONU y lleva una vida cómoda en Finlandia, pero Dayib no olvida su condición de “doble refugiada”, la que le llevaría a convertirse en una activista por los derechos humanos.

 

Nacida en 1972 de padres somalís en un campo para desplazados en Kenia, fue deportada en 1989 a Somalia y, al estallar la guerra un año después, volvía a ser refugiada en Finlandia.

 

Tras veintiséis años de exilio, tiene frescos los recuerdos de un país “bello”, que además “era el bastión de la modernidad en África”.

 

Es la imagen de Somalia que Dayib traslada a su campo de juego, las redes sociales, desde donde invita a sus compatriotas a imaginar su vida en el país “próspero y pacífico” que podrían encontrar dentro de veinte años.

 

Los somalís habían comenzado a acariciar ese sueño justo antes de la caída de Siad Barré, que precipitó la guerra: “Teníamos un gobierno que era funcional, y mejor que el que actual. Los niños iban a la escuela. Las mujeres estaban más emancipadas”.

 

Han pasado casi tres décadas y los yihadistas de Al Shabab siguen asesinando a diario, cerca de 2 millones de somalís viven en la diáspora y, en casa, sin recursos ni agua potable o sanidad, su esperanza de vida no supera los 50 años.

 

“La raíz de todos los problemas de Somalia es el sistema electoral y de poder basado en los clanes”, que deja fuera a mujeres, jóvenes y minorías, insiste.

 

Dayib aterrizará en pocos días en Mogadiscio para iniciar una campaña electoral histórica, pero todos sus esfuerzos estarán puestos en reclamar la llegada de la democracia en 2020.

 

También en hacer ver a los jóvenes -la inmensa mayoría de la población de su país- que “el cielo es límite”. Y en Somalia, como su mar, es inmenso y transparente. JMS