Viernes, 17:30 de la tarde. Estoy llegando a Londres. Me acompaña mi familia. Vamos a salir del hotel. Suena el teléfono. Es Marta, una amiga de la familia. -No salgáis del hotel. Parece que ha habido un atentado- sentencia.

 

Como si Marta tuviera poderes telepáticos que contagia al resto, el responsable de seguridad del hotel nos recomienda de muy buenas maneras que esperemos en el lugar.

 

-Parece que ha habido un atentado en la estación de metro de Oxford Street

 

-Pero estamos lejos de ahí- le respondo.

 

-Sí, pero la Policía está advirtiendo que todo el mundo se refugie.

 

Entro a Internet. Veo los periódicos. Efectivamente, la Policía pide que no se salga. Puede ser un atentado terrorista en una ciudad como Londres, donde últimamente el terror del DAESH es cada vez más frecuente.

 

Además, es Black Friday. Los comercios están a reventar. Pero en cuestión de minutos la multitud desaparece de la calle. Alguien pudo haber gritado “Alá es grande”, o alguien ha comenzado a correr o cualquier otra excusa para provocar una estampida. Fue lo suficiente para que naciera el terror. No sólo en Londres, sino en cualquier punto de Europa. Ése ha sido el éxito del Estado Islámico.

 

Si lo que el DAESH pretendía era ganar la batalla del terror, eso sí lo ha conseguido. Por eso salí y caminé hacia Piccadilly Circus. Vi entonces a centenares, tal vez miles de personas que corrían en sentido contrario intentando refugiarse en hoteles y pubs.

 

En la memoria de todos los londinenses estaban los recientes atentados en la capital británica. El del cubo bomba en septiembre en el Metro de Londres; el de junio pasado, cuando tres terroristas mataron a siete personas en un atropello masivo y posteriores acuchillamientos. Igual en marzo, cuando un terrorista cruzó zigzagueando uno de los puentes más famosos de Londres, arrollando a decenas de personas para terminar estampándose contra el Parlamento.

 

Así podrían seguir buceando en sus memorias llegando hasta sus ADN para hacer propio el temor que causó cada uno de los atentados londinenses.

 

Me llamaba la atención las miradas despavoridas, las caras desencajadas de muchos que buscaban un lugar seguro como si estuvieran huyendo de un verdugo que les sigue los talones. Y ahí me di cuenta de que, efectivamente, el DAESH había ganado la batalla del miedo.

 

Hoy, la ciudadanía europea es más pusilánime y vulnerable. Sabemos que los terroristas ya no tienen que venir de países remotos del islam. Los tenemos aquí, en nuestra propia casa, y eso nos aterroriza más. Claro que pagan justos por pecadores. Estamos estigmatizando a todos aquellos que profesan el islam en Europa y la generalización es su peor castigo. Es una minoría la que está golpeando con sus acciones a todo el islam.

 

Pero el terrorismo dura lo que dura una exhalación. La Policía británica señala en su cuenta de Twitter que el peligro ha desaparecido. Entonces, de buenas a primeras, la Plaza Piccadilly y El Barrio de Soho que se encontraban semivacíos se llenan de repente como si nada hubiera pasado; y entonces los pubs se llenan, y también los comercios, y los cafés, y los turistas vuelven a visitar la torre de Londres y el London Eye, y la abadía de Westminster y todo vuelve a la cotidianidad como si nada hubiera pasado.

 

Así es como deberíamos actuar, sin tenerle miedo al miedo, venciéndole, minándolo de frente, de tú a tú. Es la única manera para acabar con el terrorismo abstracto, silente y obscuro del Estado Islámico. Mientras eso no suceda, seremos rehenes de ellos, ratones de laboratorio con los que experimentan.