En el principio, Google se convirtió en nuestro álter ego. Sapiente, oportuno y veloz. En una segunda etapa Google logró colarse en nuestro sistema operativo (cerebral). Confiábamos en él y nuestra memoria se asimiló a la suya. En una tercera etapa nos topamos con la sorpresa de que Google no sólo colaboraba con nuestra memoria sino que también tenía alma: Android.

 

En la cuarta etapa ocurrió algo extraño: en Google no sólo buscamos sino más bien nos enteramos que Google nos busca en tiempo real. Nos persigue; nos rastrea; sensibiliza si estamos de buen humor y, como recompensa, nos envía el resultado de nuestro equipo de futbol favorito.

 

PAG-20_AP_Google

 

Google se desliza a través de nuestras sombras. El derecho al olvido no está dentro del organismo porque simplemente no nos quiere olvidar. Tenemos el ejemplo del gallego Mario Costeja. Un buen día se hartó de ver su nombre en Google a través de un vínculo del periódico catalán La Vanguardia. Muchos años atrás, Costeja tuvo demasiadas deudas, tantas que le embargaron dos propiedades. Eso lo reportó Google. Pero su estado financiero mejoró al paso de los años, sin embargo, Google no olvidaba su etapa de números rojos. Costeja consideró que la información se convirtió en publicidad negativa en contra de su persona, por lo que se puso en contacto con Google para solicitarle que retiraran el vínculo, es decir, que Google olvidara el caso.

 

Google no le hizo caso y Costeja se enojó. Fue al Tribunal de Justicia de Luxemburgo y se querelló. Hoy, en la Unión Europea existe la figura jurídica del derecho al olvido. (En México no existe por lo que Google se ha convertido, para muchos, en enemigo incómodo.)

 

El miércoles, la Unión Europea ha dado otro golpe a nuestro amigo Google. Su pilar gubernamental, la Comisión Europea ha remitido un pliego de cargos a Google por su dominio en los servicios de búsqueda. Para fortalecer la acusación, la comisaria de Competencia de la Unión Europea (UE), Margrethe Vestager, acotó la demanda al servicio Google shopping, página que muestra comparación de precios. Vestager asegura que Google “infringe las normas antimonopolio de la UE” porque ofrece sus propios productos que vende.

 

Google resulta que no es tan buen amigo. En Francia, periódicos y revistas se unieron y lo demandaron por explotar su información. Ahora, Google los subsidia. (En México no pasa nada).

 

La principal barrera de salida de Google por parte de los internautas pertenece al mundo publicitario. No existen incentivos que nos hagan desmontar del top of mind (lo más alto del cerebro) el nombre de marca Google en el momento de ingresar a un buscador para explorarlo a través de palabras. Teclear el nombre de un buscador que no sea el de Google sobre las plataformas de Google representa un acto bárbaro porque se derrochan segundos, y sabemos que en tiempo real, un segundo son 10 minutos de los antiguos.

 

Al conocer las barreras de entrada y de salida de los sectores podemos medir el grado de competencia que existe en ellos. Por ejemplo, sabemos que los monopolios lo son porque tienen barreras de entrada establecidas preferentemente por los gobiernos y en otros casos por la elevada inversión.

 

El cerebro humano encuentra barreras de salida en Google.

 

Salir de Google no es fácil porque ha poblado la totalidad del mundo virtual. Ese mundo paralelo que para muchos es más atractivo que el anquilosado mundo real. En Europa, nueve de cada 10 búsquedas transitan por la autopista de Google. En Estados Unidos entre siete y ocho.

 

Si ayer Google fue nuestro álter ego, su memoria se ha convertido en un dictador, y no precisamente de la felicidad.