El rictus de la primera ministrita británica, Theresa May, se le transforma cada vez que se acuerda de la próxima salida del Reino Unido de la Unión Europea.

 

La isla, la famosa isla británica, ha demostrado durante siglos que es mucho más que una ínsula aislada de todo. El Reino Unido extiende sus tentáculos por decenas de países que surcan la tierra y se aglutinan en torno a la Commonwealth, esa unión histórica de países con injerencia británica donde se extiende la Corona hasta las antípodas.

 

En Gran Bretaña se dieron los cimientos de la economía moderna. Adam Smith y John Stuart Mill fueron sus padres. También en la isla comenzó el difícil arte de la diplomacia, tras la paz de Westfalia en 1648.

 

Los británicos han ido un paso por delante de muchos imperios. Fueron los hacedores de la Revolución Industrial a finales del siglo XIII y lo que ello conllevó para el resto del mundo moderno. Charles Dickens reflejó de manera perfecta aquel costumbrismo de principios del siglo XIX en plena Revolución Industrial en su obra Oliver Twist.

 

Demeritar al Reino Unido, porque vaya a salirse de la Unión Europea, es un grave error. Son ellos mismos los que sufren el vértigo de saltar al vacío saliendo de ese “club” selecto que le confiere a la Unión Europea.

 

Por muy defensora del Brexit que es Theresa May –no le queda más remedio-, sabe que se trata de un suicidio colectivo; un harakiri del que tardarán años en poder cicatrizar la herida. Saben que tienen mucho más que perder por muy autosuficientes que sean, por mucha musculatura de defensa que tenga, por muchos aliados que estén con ellos.

 

Es cierto que el Reino Unido es una de las potencias de defensa más importantes del mundo. Posee más de 700 ojivas nucleares. Sin embargo, eso y nada es lo mismo. Las bombas nucleares son disuasorias, porque si se utilizan, ya sabemos las consecuencias indeseables que conllevaría. Por ese motivo da igual tener una o mil.

 

May busca socios para cuando se salgan de la Unión Europea, porque así lo decidieron los británicos en referéndum.

 

Donaldo Trump es su principal baza, la más socorrida. Las relaciones entre Estados Unidos y Gran Bretaña han sido óptimas históricamente. Tiene también a los 52 países de la Commonwealth. Sin embargo, la primera ministra no se fía ni de ellos. Algunos, los más potentes como Canadá o Australia, estudian salirse ante un Reino Unido que se empobrecerá y su moneda, la potente libra dejará de serlo para convertirse en una moneda más lábil una vez que salgan de la Unión Europea.

 

Esa salida hará que se replantee todo de nuevo. Sus fronteras volverán a cerrarse. Ya no podrán viajar por Europa con la libertad de movimientos como lo hacían hasta ahora; y con respecto a sus relaciones comerciales, también caerán en picada. Dentro de la Unión los aranceles son prácticamente inexistentes. Fuera de ellos se habrán acabado esas prebendas.

 

El británico será más pobre; habrá más desempleo y con una libra cayendo, la vida se volverá más cara.

 

¿Tienen tiempo para volver al redil de la Unión Europea? Sí. Jurídicamente podrían quedarse. Sin embargo, desde el punto de vista político es difícil. ¿Cómo quedaría su imagen en Europa diciendo que se van, pero que siempre no, y ahora se quedan? Su imagen de inconsistencia sería tan perjudicial como la decisión que han tomado en seguir el camino por su cuenta sin el resto de los miembros de la Unión.

 

Gran Bretaña se enfrenta a uno de los mayores desafíos de su historia. ¿Seguirá teniendo fuerza en este mundo interconectado y global?

 

caem