BENJINA, Indonesia. Los esclavos birmanos se sentaron en el suelo y miraban a través de las barras oxidadas de su jaula en una pequeña isla tropical a miles de kilómetros de casa.

 

A solo unos metros de distancia, otros trabajadores cargaban buques con pescado capturado por esclavos que va a parar a los principales supermercados, restaurantes e incluso tiendas de mascotas del mundo.

 

Aquí, en la isla indonesia de Benjina y las aguas circundantes, cientos de hombres esclavizados son uno de los eslabones más desesperados entre las empresas y los países de la industria pesquera. Una intrincada red de conexiones separa el pescado que comemos de los hombres que lo pescan y oculta una verdad brutal: Su marisco puede proceder de esclavos.

 

The Associated Press informó a la Organización Internacional para las Migraciones de la situación de los hombres que participan en esta relato, a quienes luego la policía trasladó de Benjina por su seguridad. Cientos de esclavos permanecen en la isla y otros cinco hombres estaban dentro de la jaula de esta semana.

 

Los hombres con los que habló The Associated Press en Benjina procedían en su mayoría de Mianmar, también conocido como Birmania, uno de los países más pobres del mundo. Fueron llevados a Indonesia a través de Tailandia y obligados a pescar. Sus capturas fueron enviadas de nuevo a Tailandia antes de entrar en el flujo de comercio global.

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Estos pescados pueden terminar en las cadenas de suministro de algunos de los principales supermercados de Estados Unidos, como Kroger, Albertsons y Safeway; en el minorista más grande del país, Wal-Mart, y en el mayor distribuidor de alimentos, Sysco. Se pueden colar en las cadenas de abastecimiento de algunas de las marcas más populares de los alimentos enlatados para mascotas, incluyendo Fancy Feast, Meow Mix y Iams. Pueden aparecer como calamares en los restaurantes de alta cocina, como sucedáneo de cangrejo en un arrolladito California de sushi o como paquetes de pargo congelado etiquetado con marcas comerciales que llegan a nuestras mesas.

 

En una investigación de un año de duración, AP entrevistó a más de 40 esclavos y ex esclavos en Benjina. La AP documentó el recorrido de un único gran cargamento de pescado capturado por esclavos de esa localidad, incluyendo calamares, pargo, mero y camarones, y lo rastreó por satélite hasta un puerto tailandés. A su llegada, los reporteros siguieron a los camiones que durante cuatro noches cargaron y repartieron los productos a decenas de fábricas, plantas de almacenamiento en frío y el mayor mercado de pescado del país.

 

Algunos pescadores, arriesgando sus vidas, pidieron ayuda a los periodistas. “Quiero irme a casa. Todos queremos”, dijo un esclavo birmano desde un costado de su embarcación, un grito repetido por muchos hombres. “Nuestros padres no saben de nosotros desde hace mucho tiempo, estoy seguro de que piensan que estamos muertos”.

 

Sus capturas se mezclan con otros peces en numerosos sitios en Tailandia, incluyendo las plantas de procesamiento. Registros de Aduanas de Estados Unidos muestran que varias de esas fábricas tailandesas envían sus productos al país. También abastecen a Europa y Asia, pero AP siguió los cargamentos que llegaron a suelo estadounidense, donde los registros comerciales son públicos.

 

Las principales empresas identificadas por AP declinaron conceder entrevistas pero emitieron declaraciones en las que condenaban enérgicamente los abusos laborales; muchas describieron su trabajo con grupos de derechos humanos para que los subcontratistas mantengan sus estándares.

 

El portavoz del Instituto Nacional de Pesca, Gavin Gibbons, hablando en nombre de 300 empresas estadounidenses del sector que representan el 75% de la industria, dijo que sus miembros están preocupados por las conclusiones de la investigación.

 

“No solo es alarmante, es desalentador porque nuestras empresas tienen tolerancia cero hacia los abusos laborales”, dijo. “Este tipo de cosas suceden fuera de la vista de uno”.

 

Los esclavos entrevistados por AP hablaron de turnos de trabajo de 20 a 22 horas y de agua potable contaminada. Casi todos dijeron haber recibido patadas, golpes o latigazos con colas de manta raya venenosa si se quejaban o intentaban descansar. Se les pagaba poco o nada.

 

El fugado Hlaing Min dijo que muchos murieron en el mar.

 

“Si estadounidenses y europeos comen este pescado, deben acordarse de nosotros. Debe haber una montaña de huesos bajo el mar”, dijo. “Los huesos de esa gente pueden formar una isla, de tantos que hay”.

 

El pequeño muelle de la ciudad está ocupado por Pusaka Benjina Resources, cuyo complejo de oficina de cinco plantas incluye la jaula de los esclavos. La empresa es la única de pesca de Benjina registrada oficialmente en Indonesia, y aparece como propietaria de más de 90 embarcaciones de arrastre. Sin embargo, los capitanes son tailandeses y el gobierno indonesio está revisando si los barcos son realmente propiedad tailandesa. Pusaka Benjina no respondió a llamadas telefónicas ni a una carta, y no habló con un periodista que esperó dos horas en la oficina de Yakarta de la firma.

 

En el Puerto de Benjina, AP entrevistó a esclavos de una docena de barcos de pesca que cargaban sus capturas a un gran buque congelador, el Silver Sea Line.

 

El barco pertenecía a Silver Sea Reefer Co., que está registrada en Tailandia y tiene al menos nueve buques refrigerados. La empresa dijo que no tiene nada que ver con los pescadores.

 

“Solo transportamos la carga y nos contratan clientes en general”, dijo el propietario Panya Luangsomboon. “Somos independientes de los barcos de pesca”.

 

La AP monitoreó a ese buque, usando seguimiento por satélite, durante 15 días hasta Samut Sakhon, en Tailandia, y periodistas observaron cómo trabajadores cargaban la pesca en más de 150 camiones durante cuatro noches, antes de ser repartida a fábricas de la ciudad.

 

En estas plantas, representantes dijeron a los reporteros que vendían pescado a otros procesadores y distribuidores tailandeses. Registros de embarque de Aduanas de Estados Unidos identificaron los envíos específicos de esas plantas a estadounidenses, incluyendo marcas conocidas.

 

Por ejemplo, un camión se identificó con el nombre y el pájaro del logo de Kingfisher Holdings Ltd., que distribuye pescado congelado y enlatado en todo el mundo. Otro era de Mahachai Marine Foods Co., un negocio de almacenamiento en frío que también surte a Kingfisher, según Kawin Ngernanek, cuya familia gestiona la firma.

 

“Sí, sí, sí, sí”, dijo Kawin, que también es vocero de la Asociación de Pesquerías de Ultramar de Tailandia. “Kingfisher compra varios tipos de productos”.

 

Cuando más tarde se le preguntó por las prácticas laborales abusivas, Kawin no estuvo disponible. En su lugar, el gerente de Mahachai Marine Foods, Narongdet Prasertsri, respondió: “No tengo ni idea sobre ese tema”. Kingfisher no respondió a las peticiones de comentarios.

 

Cada mes, Kingfisher y su subsidiaria KF Foods Ltd. envían unas 100 toneladas métricas de pescado de Tailandia a Estados Unidos, según los registros de Aduanas. Esas cargas van a Stavis Seafoods, una empresa de Boston que abastece a Sysco, y otros distribuidores.

 

“La verdad es que este tipo de cosas te quitan el sueño por las noches”, dijo el consejero delegado Richard Stavis, cuyo abuelo fundó la compañía. Indicó que su negocio visita a procesadores internacionales, exige certificación notarial de prácticas legales y emplea auditorías de terceros.

 

“Hay empresas como la nuestra que se preocupan y trabajan tan duro como pueden”, agregó.

 

Un patrón similar se repite con otras empresas y envíos.

 

La AP siguió a otro camión a Niwat Co., donde el copropietario Prasert Luangsomboon dijo que la empresa vende productos a Thai Union Manufacturing. Semanas más tarde, al preguntársele sobre los abusos laborales en su cadena de abastecimiento, Niwat le pasó la bola a Luangsomboon, quien no pudo ser contactado para dar más declaraciones.

 

Thai Union Manufacturing Co. es una subsidiaria de Thai Union Frozen Products PCL., la mayor empresa pesquera de Tailandia, con ventas anuales de 3.500 millones de dólares. Esta empresa matriz, conocida simplemente como Thai Union, es propietaria de Chicken of the Sea y está inmersa en un proceso para comprar Bumble Bee, aunque AP no observó nada relacionado con la pesca de atún.

 

Thai Union dice que entre sus clientes directos está Wal-Mart, y que envía miles de latas de comida para gatos a Estados Unidos cada mes, para marcas como Fancy Feast, Iams y Meow Mix. Estas terminan en las estanterías de importantes cadenas de supermercados, como Kroger, Safeway y Albertsons, así como en tiendas de animales. Una vez más, sin embargo, es imposible decir si una lata en particular está fabricada a partir de pescado capturado por esclavos.

 

Luego de que circuló esta semana el artículo de la investigación de un año hecha por AP, la empresa emitió un comunicado diciendo que había suspendido sus tratos con un proveedor tras comprobar que podría estar involucrado en trabajos forzados y otros abusos. No reveló cuál era el proveedor.

 

“Thai Union acepta los hallazgos de la AP. Es algo totalmente inaceptacle”, indicó. “Esto demuestra que Thai Union considera que la violación de los derechos humanos es algo muy grave”.

 

 

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