Su sueño (obsesión) lo tangibiliza conforme pasan los años: quiere ser presidente durante el centenario de Turquía (2023) pero entre sus rasgos se encuentra la intolerancia a las redes sociales; presume sus reformas económicas liberales pero le incomodan los besos en el transporte público. Es Recep Tayyip Erdogan, el sultán de la contradicción. Es la Turquía del tren de alta velocidad en cuyas vías se forman montañas sólidas de una moral casposa; es una democracia laica (con redundancia de por medio) pero proclive a una teocracia de baja intensidad. Bajo un entorno de guerrilla moral, la preexistencia de un islam laico es vulnerable frente a la cotidianidad.

 

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Cómo circunscribir el siglo XXI en Turquía, en donde el viceprimer ministro de Erdogan, Bulent Arinç, defiende la tesis de que las mujeres no deben de reírse de una manera escandalosa en restaurantes y lugares públicos en general, ya que “deben conservar su castidad en todo momento” (Agencia AFP, 29 de julio).

 

 

 

No es la prueba del ácido contable, se trata de un conjunto de tics que revelan el anquilosamiento de las ideas de Recep Tayyip Erdogan, el nuevo presidente de Turquía, el país asiático más europeo o el europeo más asiático.

 

Acierto de Erdogan, en 2005, el de haberle declarado su amor a la Unión Europea (UE) a cambio de las reformas requeridas. El test no lo aprueba aún pero hay que decirlo, Sarkozy se encargó de dinamitar los puentes, hoy, a Merkel no le hace gracia el posible ingreso de Turquía a la UE.

 

La capacidad de Erdogan para realizar reingeniería constitucional frente a la opinión pública, como si se tratara de una operación quirúrgica a corazón abierto, no encuentra límites. Un buen día, el jerarca del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) decidió encarnar la transición del sistema parlamentario al presidencialista. En su entender, la ecuación del Congreso puede resultar vulnerable con el ingreso de fuerzas progresistas, las mismas que cercaron la plaza Taksim, en Estambul, el día en que el fenómeno de los Indignados llegó a Turquía (mayo de 2013). Pero eso ocurrirá en el futuro.

 

Las elecciones del domingo fueron plebiscitarias, y sabemos que en ellas subyace la ausencia de competencia entre partidos. El flotador ha sido la economía. Erdogan la ha impulsado hasta el puesto número 17 del planeta y promete integrarla en el top ten durante los próximos 10 años. En los años 2011 y 2012 el crecimiento del PIB superó 7.5%, aterrizando de manera forzosa en 2013 con 2.2% debido a la sumatoria de componentes críticos en Europa y en Oriente Medio.

 

Sobre el conflicto con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en kurdo), Erdogan no ha logrado lograr la paz pero todo indica que con el efecto inaugural en la presidencia, ya tiene la ruta crítica lista para comenzar el diálogo en septiembre. Demitras, el candidato kurdo, obtuvo un sorprendente 10% de los votos; sorprendió porque hay que considerar que la etnia es minoría en Turquía con 15% de la población.

 

Mientras que tres de cada cuatro turcos asistían a votar, Erdogan ya estaba pensando en reformar la constitución para potenciar y acumular los poderes que al día de hoy no tiene el presidente. Erdogan extrapola su reingeniería a través del pragmatismo. La herencia de Kemal Atatürk, después de casi 100 años, hoy sigue siendo milagrosa por el rasgo multiétnico que tiene Turquía; es milagrosa porque mantener una democracia laica con 77 millones de habitantes, en su mayoría islamista (78% sunita), no es sencillo, y mucho menos en las circunstancias diplomáticas de Ankara frente a los vecinos Siria e Irak, en guerra.

 

La noche del domingo, después de conocer su triunfo, Erdogan aseguró que su victoria es la de judíos, cristianos, también de Damasco, Gaza y de los kurdos. Así es la geografía estratégica de Turquía. Es una nación-dique, que lo mismo interactúa con el Estado Islámico de Irak y Levante (sunita) que con los chiitas y kurdos que conforman la triada de un país que parece desgajarse, Irak.

 

Los tics del conservadurismo en el siglo XXI se encuentran en las redes sociales. Erdogan apagó YouTube y Twitter porque han hecho las veces de reveladores y difusores de actos de corrupción que rodea a su familia, porque no soporta las críticas, porque está acostumbrado a leer su prensa, la que le dicta las editoriales. Erdogan confunde prensa con redes sociales.

 

Sin embargo, de las redes sociales no se consolidó un político-indignado (como en España, Pablo Iglesias) para participar en las elecciones del domingo. Del efecto de la plaza Taskim sólo quedaron cenizas sobre las urnas.

 

En MIKTA (México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia), Erdogan trata de desarrollar un perfil global. México tendría que aprovecharlo para extender su tablero geoestratégico. Enrique Peña viajó a Ankara el pasado diciembre precisamente para formalizar una alianza estratégica. Esperemos que Erdogan se anime a tuitear, al menos para cambiar de siglo.