Como cada año, hoy y mañana se reunirán banqueros y autoridades financieras del país en el puerto de Acapulco. Como cada año, se desahogará una agenda pública de desafíos para la banca en los formatos ya elegidos -acartonados- de conferencias, mesas redondas, e informes, en el salón de convenciones en el hotel sede. Como cada año, la agenda de los asuntos álgidos, de las cuestiones controversiales o aquellas que plantean riesgos de corto plazo para algún sector particular del gremio será abordada puertas adentro, en reuniones privadas.

 

Como cada año, quedan más preguntas que respuestas en el tintero, ¡qué digo tintero!, en los teclados de los periódicos. Preguntas que se han hecho viejas a fuerza de la repetición, y sordas a causa del silencio.

 

Por callados y misteriosos, por críticos y grises, por ufanos, por aparentemente insensibles, y por una imagen social cercana a la de un vampiro, que succiona el dinero sin cesar, los banqueros son personajes apetecibles, periodísticamente muy apetecibles para interrogar, para seguir, para develar historias humanas tras esa fachada de hombres acerados, de hombres del dinero.

 

Acaso habría que preguntarles por qué socialmente el dinero produce desigualdad de una forma tan pasmosa e inquietante. O quizá sería mejor apuntar a las verdaderas motivaciones que encierran para fundar y gestionar un banco que hace negocios con los recursos de los demás.

 

¿Acaso la explicación está en la avaricia pura, en el prestigio social que ofrece o en el poder que encierra en sí misma la disposición del dinero de los otros, como si fuera suyo? ¿Por qué sus bancos deben ser tratados de forma distinta a cualquier otra empresa, como si en su naturaleza de transar con el dinero como materia prima se encerrara una mística o un poder especial? ¿Acaso es ética y socialmente aceptable que un banco deba recibir las ayudas a carretadas desde los fondos públicos mientras las economías y los bolsillos de los ciudadanos con ellas se derrumban como una cascada de naipes?

 

Generalmente imaginamos a un banquero asumiendo riesgos financieros como una cuestión consustancial a la naturaleza de su negocio, pero ¿acaso eso está ocurriendo en México? Los riesgos parecen haber sido minimizados o neutralizados ante la posibilidad de hacer buenos negocios bajo parámetros de “riesgos controlados” con altos beneficios. Acaso se deba una explicación porque ello tiene un alto costo social.

 

Como cada año, los banqueros del país volverán a reunirse en Acapulco, mientras los apresurados periodistas asignados por sus diarios, siguen buscando las respuestas inmediatas, las de corto plazo que exigen sus redacciones para publicar la noticia de mañana.

 

Mientras tanto, el silencio se apodera de aquellas respuestas que alguna vez hemos esperado escuchar de algún banquero en soledad.