En marzo, una camioneta arrolló a decenas de personas cuando caminaban por el puente de Westminster, uno de los más concurridos de la ciudad. El terrorista llegó a penetrar en los jardines del Parlamento y asesinó a un policía.

 

Hace pocas semanas, un terrorista se hizo añicos cuando explotó una bomba que cargaba. Ocurrió en la ciudad de Manchester, en uno de los lugares emblemáticos donde actúan las estrellas de la música. Ariana Grande terminaba su concierto cuando la bomba estalló y dejó un reguero de muertos inocentes, de niños y adolescentes que habían ido a ver a su musa.

 

El fin de semana, otra camioneta atropelló a decenas de personas en el centro de Londres. Después de arrollarlas, los terroristas y su sangre gélida se pasearon por diferentes calles londinenses acuchillando a los viandantes que se cruzaban por su camino.

 

Los tres atentados tienen un factor convergente. Los terroristas de los diferentes actos violentos eran musulmanes que habían nacido en Europa. Es más, algunos ya pertenecían incluso a una tercera generación de aquéllos que recalaron en Gran Bretaña hacía más de 50 años.

 

Y algo más. A los servicios secretos de Reino Unido, tanto el MI5 –dedicado al interior del país- como MI6 –la Inteligencia británica en el exterior-, le han pillado con el paso cambiado.

 

¿Cómo es posible que en menos de 90 días, uno de los países más poderosos del mundo haya sido objeto del yihadismo? Porque, además, en todos los casos, los terroristas eran conocidos por la Policía: unos más que otros, pero todos estaban fichados por la fuerza de seguridad británica. De hecho, uno de los tres yihadistas que actuó el fin de semana pasado, había participado en un reportaje de televisión, portando una bandera del DAESH aseverando que sería capaz de asesinar por Alá. Con todos estos ejemplos, me resulta incomprensible que ninguno de los yihadistas fuera detenido muchos meses antes de cometer sus actos.

 

Pero algo parecido ocurre en Francia, Alemania y en otras naciones europeas. Todo ello denota una falta de coordinación entre los servicios de inteligencia europeos, muchos por celo, muchos por la falta de confianza entre todos. Sin embargo, lo cierto es que esa brecha, esos malentendidos sólo aturden a las diferentes inteligencias europeas y les otorga más poder a los terroristas.

 

Cada día se superan, y lo hacen una y otra vez mientras amedrentan a los ciudadanos europeos que están impávidos y aterrorizados.

 

aarl