Sea pronunciado, sea deletreado, cuesta trabajo el apellido Goretzka.

 

Enigma todavía más complejo cuando se abre una jornada histórica con la mente en otro lado, cuando se sale del vestuario varios minutos después de que el árbitro pitara el inicio, cuando sucede al jugador de élite lo que al aficionado demorado por estar distraído o comprando algo: ocho minutos más tarde, el Tri despertaba despeinado y condenado; ocho minutos más tarde, nos resignábamos a no hacer historia sino, por enésima vez, a repetirla.

 

Ocho minutos que bastaron al juvenil alemán, León Goretzka, para recordarnos que las distancias, lejos de disminuir, han crecido. Para aplacar nuestras ilusiones. Para ubicar nuestros anhelos. Para calibrar este proyecto tan escaso en derrotas como necesitado de una gran victoria…, y seguiremos esperando: si de Rusia 2017 nos vamos con dudas, a Rusia 2018 no volveremos más claros.

 

Porque en afición y pasión continuamos creciendo. Porque en generación de promesas, imposible dudarlo, también. Porque ya disponemos de más talento, con más pronto fogueo y exposición a la mayor exigencia. Sin embargo, hoy estamos más lejos de las potencias. ¿Más lejos que cuándo? Más que en 2005, cuando se perdió con Alemania en la Confederaciones, mucho más que en 1998 cuando se cayó ante los germanos en el Mundial, muchísimo más que en 1986 cuando sus penales arruinaron nuestra fiesta en Monterrey. Cada vez más rezagados del mayor de los niveles, porque hemos trabajado y evolucionado, pero los gigantes han trabajado y evolucionado bastante más.

 

El partido llegaba cargado de una trampa: ganar al plantel alternativo alemán no contentaría a los críticos, caer ante él les daría las más fulminantes alas. La única opción ni siquiera contemplada era regalar el partido antes de habernos acomodado en la butaca o ante el televisor. Regalarlo desde la alineación misma, aferrada a buscar hilos negros y a diluirse contando las patas al gato: sin laterales, sin mediocampistas para suplir al suspendido Andrés Guardado, sin el entendimiento y la mecanización de un colectivo que se suponen consecuentes del jugar juntos los mismos, sin Carlos Vela, decisión que se añade al amplio listado de absurdos de nuestro balompié: del Cadáver Valdés al Bofo Bautista con un largo etcétera.

 

Vista la superioridad de las promesas alemanas respecto a las realidades tricolores, es factible que incluso con varios Velas y laterales nominales lo mismo se hubiera caído. Al menos eso habría acontecido entendiendo nuestros límites y sin la agria sensación de volver a atorarnos en el hubiera, eterno destino de nuestra ilusión con balón.

 

¿Cómo se pronuncia, qué significa, cómo se deletrea Goretzka? Conjuro que podemos intentar traducir con la palabra trabajo. Muchacho de 22 años, suplente del suplente del suplente del suplente en esa selección que cuando tuvo su ocasión, como el resto de este plantel alemán, la aprovechó. Muchacho que ha llegado a este nivel armado y arropado como los nuestros ni remotamente lo están: detectado antes, desarrollado con mejor metodología, entrenado bajo los paradigmas unificados y obligados desde su federación, debutado cuando correspondía, formado de manera integral, lanzado sin sentir que de sus piernas se cuelga la identidad nacional, exigido porque sabe que delante tiene a tres que hoy le aventajan pero detrás a otros tres que pueden alcanzarle.

 

Goretzka: en lo que lográbamos leerlo en su uniforme, descifrarlo, ensayarlo primero en la mente y luego silenciosamente con los labios, ya era tarde para todo. Como siempre. Otra vez.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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