Cuando dentro de unas horas los franceses acudan a las urnas, no irán a votar unos comicios de los muchos que llevan a cuestas en su larga tradición democrática. No. Será una de las primeras veces en las que en sus votos estará el futuro, ya no de Francia, sino de toda Europa.

 
En la mitología griega, Zeus cayó prendado por la bella Europa. El dios griego se transformó en un toro blanco y raptó a Europa para hacerla reina de Creta. En la realidad, Europa, el Viejo Continente, también está secuestrada; es rehén de los populismos que no conducen a nada bueno. Ocurrió en la Grecia de Tsipras, en el Reino Unido de Theresa May con el denostado Brexit o en Estados Unidos de Donaldo Trump.

 
Ahora bien, lo que se juegan este domingo los franceses es la continuidad de una Europa mal unida, pero unida al cabo, si es que vence el centrista Emmanuel Macron o la vuelta a la involución, al proteccionismo y por qué no escribirlo, a la dictadura que pretende la ultraderechista Marine Le Pen.

 
En la segunda vuelta, la xenófoba Le Pen parte en segundo lugar, pero acorta distancias a la política ortodoxa y al establishment que representa Macron, algo que nos resulta familiar si lo comparamos con Hillary Clinton en Estados Unidos.

 
Le Pen no tiene pelos en la lengua. Pretende rescatar la “Grandeur” francesa y los valores e historia que les pertenecen a todos y a cada uno de los galos. La Revolución Francesa de 1989, de la que tanto aprendimos, la expansión que dio lugar al Imperio Francés comandado por el estratega Napoleón, los ilustrados, los enciclopedistas, el Teatro de Oro con Moliere, pero antes también el gótico y su nacimiento en Francia y tantos rubros históricos y actuales, hoy Le Pen los vende como suyos y deja al extranjero como un usurpador.

 
A una sociedad tan harta de convulsiones laborales, desempleo y falta de seguridad, cuando el DAESH le golpea un día sí y otro también, convierte a una parte no menor de la opinión pública francesa en un semillero de votos para esta derecha rancia que si gana, ya ha dicho que Francia también se marchará de Europa y del euro.

 
El líder supuestamente ganador, Emmanuel Macron, no podría imaginarse que su oponente fuera a llegar tan lejos en las urnas y tan cerca de él. Apura cada mitin hasta el último fonema que sale de su boca ensalivada. Todos los países de la Unión tienen puestas sus respectivas veladoras para que Macron gane las elecciones.

 
Porque Francia es demasiado importante como para marcharse de la Unión Europea. El PIB supera los dos billones y medio de dólares en una población de 67 millones de personas.

 
Es el segundo país más extenso de Europa después de Rusia y su potencia bélica no deja dudas con sus más de 300 ojivas nucleares.

 
Si por casualidad Le Pen ganara las elecciones y Francia se marchara de Europa, lo pasarían muy mal al principio –como los británicos-. Pero renacerían como el ave fénix. Son dos países demasiado poderosos. El resto de las naciones de la Unión quedaríamos atomizadas, chocando unas con otras, convirtiendo al Viejo Continente en un caos.

 
Se ha derramado mucha sangre a lo largo de varios siglos para que los países europeos se unieran; y, posteriormente, la Unión Europea fuera un hecho. España perdió a muchos hombres que dieron sus vidas por la unificación del Reino cuando los Reyes católicos entraron en Granada en 1492.

 
A Italia le costó cuatro siglos más. Cavour y Garibaldi hicieron el resto para unificar a un país que pensó al principio que no tenía que ver uno con otro. Y así pasó con el Imperio Prusiano, y el Sacro Imperio Romano Germánico y tantas luchas intestinas entre europeos. Incluso sufrimos dos guerras mundiales para llegar a entender que si Europa no se unía, perdería la batalla de la historia.

 
Francia siempre fue pionera. Este domingo deberá primar la conciencia de votar en conciencia para que la historia continúe su curso.

 

aarl