Un magnicidio es una revolución en contra del tiempo. El de Colosio trastocó el de Salinas, el Grande.

 

Solo una mala broma podía anticipar la industrialización de las máscaras de Salinas pocos años después del 23 de marzo de 1994. Del bosque de Chapultepec a las interminables calles de Insurgentes, de Paseo de la Reforma a División del Norte, las máscaras con el rostro del ex presidente que potenció a México a través del Tratado de Libre Comercio, se comerciaban en el sector de la venganza. Si Octavio Paz elaboró una de las mejores traducciones sociológicamente lúdicas sobre el significado que tiene la máscara para el mexicano (El laberinto de la soledad), entonces los rasgos de Salinas se aglutinaron alrededor de pedazos de látex al grito del ¡Sí se puede!

 

En efecto, esa maldita bala que cruzó el país desde Lomas Taurinas hasta Chiapas devaluó la estrategia transexenal del entonces presidente Carlos Salinas.

 

No fue Luis Donaldo Colosio, sino Ernesto Zedillo, el que forzó el cambio de imagen omnipotente del ex presidente Salinas; no fue Colosio y sí Zedillo el que hizo mudar a Raúl Salinas de Gortari tras las rejas; tampoco fue Donaldo, el que la noche del 2 de julio de 2000, reconoció la victoria del candidato del Partido de Acción Nacional (PAN), o si se prefiere, la derrota del PRI; fue Zedillo. Y sin embargo, Colosio fue convertido en el último coloso de la revolución institucionalizada. La imagen de las víctimas de los magnicidios toman el rumbo misterioso cuya naturaleza se alimenta de elementos mágicos e inmortales. Fue la imagen de Luis Donaldo Colosio la que terminó por convertirse en el estadista que todo el país quiso conocer; fue su imagen la que catalizó la transición; fue su imagen la que combatió y venció a sus antagonistas; fueron sus palabras (que incluyó en el más famoso de los discursos que cualquier candidato presidencial haya leído) las que lo convirtieron en el coloso inmortal.

 

Y sí, todo magnicidio es una revolución contra el tiempo y sus circunstancias; el de Colosio también hirió de muerte política a Manuel Camacho Solís; su figura resquebrajada se recicló, y aún lo continúa haciendo a través de marcas políticas tan insignificantes como controvertidas, pero él, Manuel, el auténtico, se quedó en el pasado porque no pudo contener su frustración por no haber sido el elegido de Salinas, el Grande. Decisión honesta pero tomada en el peor momento de su vida, el de la muerte de Luis Donaldo Colosio.

 

¿Dónde estaba el PRI en el momento del magnicidio de Colosio, es decir, en dónde lo agarró la revolución en contra del tiempo? En contra de su tiempo. Ahí lo sorprendió. Con la muerte de Colosio la sociedad mexicana pudo redimensionar la descomposición del sistema con la ayuda de una metáfora.

 

En efecto, una metáfora pudo más que la manos de un individuo con nombre Mario y apellido Aburto. ¿Cuánto Aburtos mataron al candidato del PRI? ¿Cuántos 2 de octubre se pudieron haber evitado bajo vigilancia de retuits? ¿Cuántas distorsiones de mercado han vivido sectores como el de telecomunicaciones antes del eureka!, reformas a la vista? ¿Cuántos monopolios sangraron al país de progreso?

 

Veinte años después del magnicidio, México ha abierto sus ventanas con vista a la globalización. Ya no depende de una sola asociación; ahora sus fronteras son la Alianza del Pacífico, la Unión Europea y el Acuerdo Transpacífico. Sin embargo, políticamente no ha concluido la transición, en parte, porque la izquierda continúa siendo rehén del pasado y no ha podido gobernar a nivel federal. Tampoco la transición ha sido mediática: son los mismos dueños de las concesiones (del siglo pasado) quienes se resisten al cambio.

 

Por lo que toca a la violencia, el narcotráfico continúa sumando muertos a pesar de que la contabilidad la hayan suspendido por decreto.

 

En el PRI, los nombres de Luis Videgaray y José Antonio Meade ya son parte del nuevo protagonismo del partido. Forman parte de la generación que concluía los estudios universitarios cuando ocurrió el magnicidio de Colosio. Saben que ya no pueden emular a Salinas porque la competencia partidista es muy dura, y la vigilancia de la sociedad, cada vez más eficaz.

 

En pocas palabras, ya no hay colosos.