El público es poco pero se entrega. Ríe con el payaso y se sorprende con la aerolista que surca el aire sostenida de un aro y sin red de protección, los adultos aplauden desde las gradas y los niños señalan a la pista, sorprendidos.

 

Sin embargo, ni las luces ni los colores brillantes de los trajes de los artistas pueden distraer de una verdad: a partir de mañana los actos con animales serán ilegales y el circo mexicano cambiará para siempre. Para los artistas y los trabajadores, en esta última función, la tristeza es el acto estelar en la pista.

 

El circo se levanta como un espacio de ensueño en los límites de los municipios de Ciudad Nezahualcóyotl y Chimalhuacán, debajo del puente que representa la frontera entre ambos, en el Estado de México.

 

En la calle, el aire levanta la tierra y dentro de la carpa, un ligero aroma a basura se levanta sobre el de las palomitas con mantequilla, los nachos con queso y las manzanas envueltas en caramelo.

 

Foto: Roberto Hernández | 24 HORAS

Pero no pasa nada; por diez pesos por persona, una familia completa como la de Claudia Mendoza Navarro -que viene con sus 7 hijos, su esposo y su sobrino- puede sentir que las cosas son diferentes;  tal vez por eso visitan estas mismas desde hace 17 años cada vez que el circo se pone.

 

“A mis hijos los traigo desde muy chicos, se emocionan, les gusta mucho. Es un sacrificio pero de vez en cuando está bien”, platica esta ama de casa que vive en Chimalhuacán.

 

En el primer acto, Junior el domador de fieras, consigue que seis tigres suban a una estructura metálica y saluden parados en dos patas. Después los hace que se recuesten en el suelo y al final,  dos de ellos vuelan a través de un aro en llamas. Desde las gradas los niños aguantan la respiración y sueltan un grito emocionado cuando los felinos dan el salto.

 

Esta noche el público se entera de boca de Junior -cuyo verdadero nombre es Víctor Hugo Herrera,  de 41 años- que los animales no volverán al circo,  una vez que entre en vigor la llamada Ley anti-circos.

 

“Este es el día más triste de mi vida”, le dice al público reunido esta noche y desde las gradas, las abuelas y los niños,  las parejas gritan “¡no se los lleven, no se los lleven”.

 

Roberto Herández | 24 HORAS

 

 

La gran Roberta es artista de los aros que lleva en el negocio 20 años, desde que era una adolescente de 12 se empezó a interesar por la gimnasia. Hoy de 32 años, su vida la pasa bajo esta carpa: aquí se casó y tuvo a sus dos hijas, ambas con actos en el Circo Hermanos Cedeño.

 

“A ellos se les hace fácil no nomás es que arrancan a los animales del circo y dejan a mucha gente sin hogar,  esta es nuestra casa. Aparentemente crees que no, pero la misma gente quiere circo con animales, esto va en decadencia”, platica con tristeza. “Un circo no se hace con animales, pero es la atracción para la gente”.

 

Ahora viene el momento de Luis Miguel,  el dromedario que está cambiando de pelaje. Luis Miguel se ve nervioso, le asustan las luces… minutos después ha pasado la crisis y los niños muy contentos ya pueden estirar las manos y ofrecerle pedazos de zanahoria.

 

Armando Cedeña, propietario del circo y vocero de los cirqueros admite con tristeza que esta fue una batalla perdida y que mañana tendrá que buscar un lugar para los animales que hacían el mayor atractivo de su carpa: un dromedario, seis tigres,  dos llamas… los elefantes ya se fueron y quedan pocas jaulas.

 

Esta noche vendrán los payasos, las polainas argentinas que con destreza maneja Nenucho, el gaucho, el equilibrista Alexander que monta seis sillas y se para de cabeza en la punta de esa escultura inestable, los trapecistas.

 

Terminarán su acto y levantarán la carpa. Mañana será otro día y, sin el atractivo de los animales, deberán vivir el circo y su realidad de manera distinta.

 

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