Más que hablar a nombre de nuestra cultura, ese grito habla a nombre de nuestros complejos e incluso de nuestra impunidad…, y ya si quieren convertirlos en folclor entenderán lo lamentable del debate.

 

No me escandaliza que se grite “¡puto!” cada vez que el portero va a despejar, como no me escandalizó ver su adaptación al contexto de la NFL. Me hastía lo que refleja, que es muy distinto: nada menos que la cultura del “todo se vale” que la afición mexicana ha adoptado al apoyar a su Selección.

 

¿Orinar en la llama del soldado desconocido de París en 1998? ¿Sonar la alarma de un tren bala en Japón en 2002? Por no decir de Brasil 2014 con las detenciones en Fortaleza o el fallecido al lanzarse de un barco.

 

Muchos argumentarán que de todo lo anterior (sobre todo de lo último) a un simple grito, hay distancia, y por supuesto que la hay. Lo que no hay es diferencia en la actitud: el “somos los más desmadrosos”, el “nadie nos va a decir qué hacer”, el “para eso pagamos”, el “a nosotros nos la pelan”, o, peor aun, el escudarse casi en la defensa a la patria y sus más hondas tradiciones, cuando sólo se está escudando la necesidad de extraer rancias frustraciones y acaso de conversar con un psicólogo.

 

Un grito que en sentido literal resulta homofóbico (“puto” es una de las formas más peyorativas con que se denomina a un homosexual), aunque en la práctica no obligatoriamente sea así; parte del complejo mundo de los insultos mexicanos donde cada palabra dice demasiadas cosas y no siempre persiguiendo su sentido original.

 

Olvídense de dobles morales o de cómo se habla en las calles. Más allá de su carga discriminatoria (asumir que calificar como homosexual a alguien es ofenderlo o difamarlo), hay un trasfondo de impunidad, poco sorprendente si se comprende todo lo que se puede hacer en nuestro país sin exponerse a consecuencias ante la ley.

 

He visto a la afición mexicana en momentos estelares, me he conmovido con su devoción, me he carcajeado con su ingenio, me he enorgullecido con su colorido y creatividad, me he impactado con el esfuerzo de quienes todo lo venden o adeudan con tal de ahí estar. Y eso no tiene cosa que ver, ni es pretexto para asumir que las reglas son para los demás y haremos lo que nos plazca.

 

Gritar “¡puto!” es la manera fácil de integrarse a la verbena para no estar solos o tan solos, de sentirse –eternos adolescentes necesitados de aprobación– rebeldes y valientes, de pensar que nuestro éxito ha de venir más del error ajeno que del talento propio, del querer demostrar que, al menos ahí, en las gradas, no hay quien nos limite o meta el pie, como sí fuera de ellas. ¿Chingas o te chingo? Preguntaba Octavio Paz: antes que algo distinto pase, mejor vilipendiar al pateador de los Texans o al portero de una Selección balcánica, aunque nada entiendan de eso.

 

No. Ese grito no habla a nombre de nuestra cultura. Sí, dice mucho sobre nuestros complejos. Casi tanto como que nos afecte más que se nos critique por hacerlo desde encabezados extranjeros, que desde medios locales: y es que ellos no entienden cómo es México…, o, más bien, el rencor, el revanchismo, la furia en que queremos convertir a México.

 

Twitter/albertolati

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