Cuando leí La muerte de Artemio Cruz me di cuenta de que no estaba ante un escritor más. Me devoré la novela en menos de una semana. Eso fue hace 10 años. Carlos Fuentes era más que un novelista genial; se trataba de un hombre global impregnado de erudición y adornado de cultura.

 

 

Tuve la oportunidad de entrevistarle varias veces cuando venía a España. Poco tiempo antes de morir, recaló en Madrid, en la Casa de América para presentar otra de sus novelas. Entonces le pregunté por Hugo Chávez. Aquel erudito, diplomático e intelectual cosmogónico se bajó a la tierra de los mortales.

 
-Es un payaso continental.

 
Su respuesta me dejó perplejo, porque esa frase, con la que jugó a ser corriente, tenía mucha más enjundia de lo que pensaba. Y la tenía porque quería reflejar que la “ideología” política de Chávez intentaba extenderse por América Latina y Europa, algo que cuajó, pero sólo parcialmente.

 
Hugo Chávez murió y le sustituyó el pequeño Nicolás… Maduro. Se trataba de un fornido camionero que su altura hacía que no le llegara la sangre como Dios manda al cerebro. Claro, para lo que quería.

 
Uno puede ser camionero, astrofísico, plomero o economista con posgrados en Harvard; uno puede ser alpinista, guitarrista, internauta o abogado, pero cuando les llega el poder, si no están preparados para afrontarlo, como servidores que se deben a su comunidad para que ésta fructifique, se enferman y enloquecen y se sienten demiurgos ungidos por la mano de Dios y del dinero. Entonces, entonces todo es fácil y se olvidan del “Estado de Derecho”, y de la “libertad”, y de la “separación de poderes” y de tantos otros conceptos que son los que hacen que las diversas sociedades vivan en una moderada armonía.

 
Todos sabemos lo que está haciendo el camionero Maduro con su país. ¿Qué se puede esperar de un ordinario superchero que rige los designios del país a través de un pajarito que le sopla al oído lo que desde la otra dimensión le dicta Hugo Chávez? Como composición alegórica o realismo mágico, tiene una licencia. Pero los países, y Venezuela en concreto, no se rigen ni por alegorías, ni comprando, ni extorsionando a los militares ni tampoco diezmando a la población abandonándola a su suerte, mientras el camionero y sus amigos se hacen fuertes en el “establishment” particular. La ciudadanía se desangra mientras ellos viven como dioses del Olimpo.

 
Es inadmisible que el incontinente verbal de Nicolás, en una bisoñez vitalicia y capricho eterno, siga viendo a los hermanos venezolanos, como, casi esclavos y a Venezuela como su latifundio, ese latifundio propio de los dictadores como los hermanos Castro en Cuba, Daniel Ortega en Nicaragua u otros que terminaron como terminaron. No hay más que recordar a Saddam Hussein o Muamar el Gadafi.

 
Aunque su riego sanguíneo no le llega bien al cerebro, sí lo suficiente como para encarcelar a Leopoldo López y a miles de ellos más; todos los que le hacen sombra. También le llega la sangre al cerebro cuando pretende acabar con la Asamblea Nacional y realizar una Asamblea Constituyente. De esa manera tiene plenos poderes para hacer y deshacer. En otras palabras, Nicolás Maduro quiere ser un dictador hecho y derecho, el Tirano Banderas que tan bien reflejó Ramón del Valle Inclán a finales del siglo XIX, cuando veía cómo España se desangraba entre la abulia y la desazón.

 
Pero aunque este diminuto intelectual sigue viviendo en soñación, le queda mucho menos tiempo de lo que él mismo cree. Seguirá insultando a autoridades como el presidente Mariano Rajoy; despotricará de organismos como la Organización de Estados Americanos, la OEA. Son patadas de ahogado; sabe que no sabe nadar sabiendo que si hubiera sabido aprendiendo desde niño su sabiduría sabría sostenerle sin ahogarse. Pero no es el caso.
Los hermanos venezolanos se despiertan entre hambre, muerte y ansias de libertad. La Comunidad Internacional le aprieta cada vez más.

 
A lo largo de la historia reciente, fichas más importantes han caído en cuestión de días o meses. Se trata de una cuestión de tiempo porque hasta los países “hermanos” que le apoyan pueden darle la espalda como hizo Caín con Abel. Si Irán, Nicaragua o la propia Cuba ven peligrar su respectivo “statu quo” por apoyar la vesania de las atarjeas del camionero, no dudarán en darle la espalda.

 
Mientras tanto en España, Marcel, mi hermano venezolano, espera desde la trinchera de su corazón a que acabe la tiranía en lo que su alma se descompone cada día al ver el sufrimiento de un pueblo que pide llenar sus estómagos para poder pronunciar la palabra libertad.