Parafraseando uno de los diálogos más significativos de Parque Jurásico, expresado por el personaje de Ian Malcolm (Jeff Goldblum), en la actualidad se puede decir, sin temor a equivocarnos, que el poder de las redes sociales es uno de los más sorprendentes que jamás se hayan visto, pero la gente las utiliza de la misma manera que un niño usaría la pistola de su papá.

 

Y es que las redes sociales son la paradoja perfecta. Por un lado, permiten la libertad de expresión, promueven la comunicación entre los individuos, sirven para apoyar miles de causas y son estupendas como fuente de noticias (que no de información, aclaro), entre muchas otras cosas.

 

Pero también se han convertido en algo peor que el ya legendario y cada vez más cercano Big Brother orwelliano, pues han logrado que prácticamente cualquiera que esté inmerso en una de ellas, pierda su PAG-21-columna-famososprivacidad y libertad. “La privacidad ha muerto y las redes sociales la mataron”, señala Pete Cashmore, CEO del influyente sitio Mashable.

 

Hace varios siglos, Shakespeare se hacía una de las preguntas más importantes en la historia de la literatura en Hamlet: “¿Ser o no ser?”. Ahora, la respuesta a tan profunda interrogante se puede encontrar, según Alex Tew, creador de la página Million Dollar Homepage, en la red:

 

Eres lo que publicas en Twitter”, señala Tew, misma idea que comparte el Consultor en Imagen Pública, Álvaro Gordoa: “Si hoy en día como persona o institución, no estás en redes sociales, no existes”.

 

Por eso, casi todo mundo que tenga acceso a internet o con un smartphone está unido a una red social, llámese esta Facebook, Twitter, LinkedIn, Google+, Tinder, Reddit o cualquiera. Las empresas promueven sus productos, los famosos se hacen publicidad y mantienen el contacto “directo” con sus fans y la gente común encuentra un sentido de pertenencia al “formar parte” de una red social.

 

Pero tal oportunidad de expresar “libremente” las ideas ha generado un monstruo que se ha salido de control. No importa si se es un famoso como Katy Perry y sus más de 70 millones de seguidores en Twitter, o de un simple y mortal estudiante de odontología con menos de una veintena de followers. Las redes sociales (en particular Twitter) se han erigido, de manera insana la mayoría de las ocasiones, en implacables jueces de la moralidad y lo correcto. Sus usuarios son capaces de acusar, juzgar y sentenciar sin el menor empacho y sin importar que se vea la paja en el ojo ajeno. Si a lo anterior se agrega que una celebridad dice algo “inapropiado”, o es captada en una situación personal y embarazosa, la famosa reacción viral es despiadada y hasta violenta.

 

Así, en semanas recientes hemos sido testigos de cómo el “ojo vigilante” de las redes ha hecho mofa del “pleito” entre dos estrellas del pop; despedazó y sentenció sin clemencia al director técnico de un equipo de futbol que no tuvo el sentido común de no agredir a un comentarista; se mofó y ridiculizó a una cantante y su “accidente” durante una presentación en vivo en la TV; expresó su odio y rechazo a una controvertida conductora de televisión; llamó de todo y satanizó a un conocido cantante al que le gusta vestir de mujer; y lo más reciente: expuso ante millones a una joven pareja de estudiantes que tuvieron sexo oral en una escuela.

 

Esta exposición, de alguna manera, está obligando a que todo mundo se “porte bien”, porque cualquier comentario, imagen o gesto puede acabar expuesto ante miles, violentando la vida pública o privada de otra persona, sin que ésta lo sepa y sin medir las consecuencias. Los famosos son los más propensos a sufrir este tipo de exhibiciones, pues están en el ojo público. Pero que no se quejen, pues ya no hay libertad ni privacidad, al menos no en las redes sociales.

 

José Luis Orihuela, profesor de la Universidad de Navarra, señala que “Twitter se ha convertido en el sistema nervioso de nuestras sociedades, y hay que aprender a utilizarlo”. El problema es que casi nadie sabe hacerlo, igual que un niño manipulando una pistola…