Creo que nunca había visto un debate con la angustia que sentí esta vez.

 

Y no me había preparado para eso.

 

De hecho, estaba más que despreocupada siguiendo las escenas previas al segundo encuentro presidencial entre Hillary Clinton y Donald Trump –vía CNN internacional– cuando de pronto escuché que en el salón de debates estaban las “acusadoras” de Bill Clinton por acoso sexual, tocamientos y lindezas semejantes.

 

La imagen se detuvo en el rostro de tres mujeres que ocupaban la primera fila en una de las alas donde se encontraban los invitados del candidato republicano.

 

Su sola presencia no sólo resultaba intimidatoria (para Hillary particularmente), sino que anunciaba claramente que Trump atacaría a su contrincante demócrata precisamente por ese flanco: el sexual. El que por poco le cuesta a su esposo la Presidencia de los Estados Unidos.

 

La expresión del ex Presidente ya podrán imaginarla: pétrea. Su natural sonrisa se desdibujó desde su arribo a la Universidad de Washington.

 

Hillary tendría que aguantar la mirada burlona de aquellas mujeres, y habría de soportar que Trump, el candidato republicano –todo un macho alfa con intención de humillar– le restregara en la cara aquellas actitudes de su esposo y la hiciera ver prácticamente como cómplice.

 

Ella –la esposa, la senadora, la ex secretaria de Estado, la candidata presidencial demócrata– se contenía. Soltó aire largamente; sus facciones se endurecieron, sus ojos lanzaron fuego. Pero de su boca algo muy distinto salió.

 

Recordó un consejo de Michelle Obama –es el lema de los Obama, de hecho–: “Entre más bajo caigan ellos, tú debes subir más alto”.

 

Y no dijo más.

 

Mucho le han criticado a Hillary ese silencio. El no haberse defendido. Y sobre todo, el no haberse ido sobre la yugular de Trump para acabarlo con el tema del video en que aparece hablando porquería y media sobre las mujeres.

 

Discrepo.

 

A riesgo de que, efectivamente, Hillary haya perdido puntos por no haber destrozado a Trump y se hubiera dado el gusto de patearlo en el piso, me quedo con la elegancia de su actitud.

 

¿Qué así no se gana en política? ¿Qué hay que llenarse de mierda para alcanzar lo que se quiere?

 

Tal vez. Aun así prefiero, reconozco y me quedo con la actitud de Hillary Clinton frente al miserable golpe bajo de Donald Trump.

 

 

Entre el amor y la guerra.- Fue la última pregunta del debate la que se llevó una ovación. Y la verdad, fue como una bocanada de aire puro después de tanta suciedad y rispidez:

-¿Podrían mencionar algo positivo que respetaran del otro?

 

-Ciertamente lo voy a hacer. Respeto a sus hijos, son muy capaces y eso dice mucho de Donald –apuntó Hillary, echando mano de una observación muy femenina.

 

-(Ella) no se da por vencida. Es una combatiente–, reconoció Trump a su vez desde una clásica perspectiva masculina.

 

Ambas respuestas, elocuentes. La de ella, más cercana al amor; la de él, a la guerra.

 

 

GEMAS: el Instituto Nacional de Migración y el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información se negaron a dar a conocer la calidad migratoria con que ingresó Donald Trump a México el 31 de agosto pasado.