Si alguien le preguntara al aficionado azul, ¿cuántas finales esperará por ver a su Cruz Azul supremo?, seguramente que en la respuesta no habría súplicas por títulos y trofeos, sino una sed de náufrago esperando por un pedazo de tierra al final del cielo. Es la naturaleza del corazón cementero, el mismo que ayer vio el pase de Cruz Azul a su décimo primera final en 16 años, y que hasta el momento sólo ha soltado la fiesta y las sirenas en la Copa MX de hace un año.

 

Diez finales jugadas con un sólo triunfo es la marca cementera, y en la que ante Toluca, en la disputa por el trofeo de la Concachampions de la Concacaf, pretende levantar una segunda copa que amaine un tanto la sed de una afición que encontró en el sufrir la pasión de otros clubes acostumbrados a levantar trofeos.

 

Y es que los números de La Máquina son envidiables para cualquier grande. Desde el último título ganado en 1997, La Máquina ha llegado a cinco finales de liga, dos de Concachampions, una final del Torneo Interliga, una final de la Copa MX, sin olvidar, claro, la final de la Copa Libertadores: 10 finales jugadas y sólo un triunfo, en una competencia considerada menor.

 

Es el Cruz Azul de los imposibles y ante todos los equipos posibles. Lo ha hecho en Liga, como nadie en la historia, en fila, cayó ante Pachuca, Santos, Toluca, Monterrey y América. Igual en tandas de penaltis en las que tenía ventaja, como dejando ir marcadores a favor de dos tantos, que igual recibiendo goles en plena agonía, cuando al trofeo ya le pintaban el nombre de Cruz Azul sobre la brillante plata.

 

En Concachampions, a La Máquina le han pegado el, hoy casi descendido, Atlante y el Pachuca, que también se regodeó quitándole un campeonato liguero en gol de oro. La lista se amplía con aquel Interliga 2008, cuando vapuleó al América en el terreno de juego, más no en el resultado y las Águilas, cruel presagio, le derrotaron desde el manchón de los 11 pasos.

 

Y cómo olvidar la Copa Libertadores ante Boca Juniors, equipo la que fueron a vencer a la mismísimo Bombonera, sólo para caer en los penaltis, esos tiros malditos para unos zapatos celestes cansados de raspar el pasto.

 

De ahí que la Copa MX, del año pasado en la que venció al Atlante, Cruz Azul la festejara con bacanal y paseillo de su trofeo por el estadio. Demasiado poco para tamaño de institución. Por eso cada final a la que los cementeros acceden es una puya en el corazón, marcado por burlas y cargadas, porque el azul bien podría escribir sobre mil y un formas de perder un campeonato, porque Cruz Azul es el equipo que más finales juega en el futbol mexicano, y sí, el que más pierde, el que más se queda en la orilla, el que más llora cuando al final, el rival levanta y explota con el trofeo frente a sus aficionados.

 

De ahí que llegar a la final de la Concachampions, que da trofeo y un lugar al Mundial de Clubes, seguramente que emociona el corazón celeste. El problema no será el rival: Toluca, ni que la ida sea en el Azul, o la vuelta en el Nemesio; no, Cruz Azul sabe llegar y jugar finales, el problema es que no hay aún un mesías (¿será Luis Fernando?) que les acostumbre a salir con el trofeo levantado.

 

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