Hacía 28 años que Porfirio Muñoz Ledo y Augusto Gómez Villanueva no se dirigían la palabra.

 

 

Su rompimiento –en 1988, durante la campaña presidencial de Carlos Salinas de Gortari– fue duro, ríspido. Doloroso incluso, pues habían sido grandes amigos desde la escuela, en la Facultad de Derecho de la UNAM.

 

Desde entonces no se habían vuelto a ver. Hasta hace unas semanas, como diputados constituyentes.

 

Muñoz Ledo y Gómez Villanueva habían compartido espacio en el gabinete en tiempos de Luis Echeverría (Porfirio en la Secretaría de Educación, Augusto en la Reforma Agraria). Había una alianza entre ellos. Los unían sus creencias y sus anhelos. Ambos se convirtieron en precandidatos.

 

Sin embargo, en la sala grande de Los Pinos, que el Presidente utilizaba como despacho, ellos mismos conocerían de voz del propio mandatario el nombre del ungido. Y no, no sería ninguno de los dos, sino José López Portillo.

 

La misma derrota los uniría. “Fue como colocar en medio de la sala el cadáver de uno mismo y en las siguientes horas de inmovilidad y de frío, ver quiénes se acercan a depositarle una flor, un poco de su afecto”, refiere don Augusto.

 

 

De Los Pinos saldrían a hacerle la campaña al elegido: Muñoz Ledo como presidente del PRI, Gómez Villanueva como secretario general del partido.

 

Luego, nuevos avatares. Tiempos oscuros, de persecución y exilio para Augusto. Más luminosos para Porfirio. Tanto que, años después, Muñoz Ledo llegó a estar de nuevo en la antesala de la sucesión presidencial.

 

La amistad sobrevivió aquella difícil etapa. Incluso, llegados los tiempos de la sucesión de Miguel de la Madrid, Gómez Villanueva intercedió con el Presidente en distintas ocasiones tratando de evitar que Muñoz Ledo (junto con Cuauhtémoc Cárdenas y la Corriente Democrática) abandonara el PRI.

 

Pero en el horizonte (1988) aparecería Carlos Salinas de Gortari, candidato del PRI a la Presidencia de la República y, junto con él, Otto Granados, su jefe de prensa.

 

Ambos serían los acusantes del rompimiento entre Gómez Villanueva y Muñoz Ledo.

 

Esta parte de la historia se originó en Aguascalientes. Uno de los diarios locales (del famoso Güero Landeros) recibía al candidato con un titular poco amable, por decirlo de algún modo. Decía algo así como “Vuelve el echeverrismo”.

 

Se refería al hecho de que Augusto –originario de Aguascalientes, por cierto– se encontraba en la lista de candidatos a diputados.

 

(Tal hecho, valga subrayarlo, significaba una reivindicación para quien fue el primer titular de la Reforma Agraria, después de haberlo exiliado y perseguido políticamente. Camino que lo llevó a las embajadas de México en Italia y Nicaragua).

 

La nota sobre la candidatura del ex embajador llevaba mensaje, sin duda. No tardó en saberse de dónde provenía.

 

Salinas envió esa misma noche a Otto a hablar con Gómez Villanueva (continuará).

 

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