Se huele en el ambiente. Es un hedor fétido, pero que se disimula con una aureola que deja un rastro de falsa libertad. Se trata de una enfermedad mucho más peligrosa de lo que aparenta. Es una epidemia en forma de un ébola político-social que tiene la apariencia de una gripa, porque los síntomas son los mismos: un catarro social con una temperatura que sube cada vez más.

 

 
Esta enfermedad tiene un nombre: se denomina populismo y su probable remedio está todavía en experimentación.

 

 
No existe un remedio tecnológico efectivo, y mucho menos una cataplasma vetusta para poderlo curar. No lo pudo curar el bálsamo de fierabrás de Alonso Quijano, don Quijote de la Mancha, un caballero cuya vasta cultura se confundía en el infinito de su locura. Tampoco se pudo curar a lo largo de la historia en diferentes países, muchos de ellos europeos como Alemania.

 

 
No hay, por lo tanto, una cura efectiva para combatirlo por mucho que se empeñen los sesudos think tank y los lobbies políticos. Claro que la raíz del problema radica en eso; en que quieren combatirlo para que todo siga igual: un sistema viciado, mientras la ciudadanía mundial está harta de ese “sistema” y por eso buscan los falsos populismos.

 

 
El ejemplo más actual lo tenemos con Donaldo Trump en Estados Unidos.

 

 
Pero esa enfermedad, hoy incurable, está recorriendo Europa, volando sobre una alfombra que dice ser mágica por todos aquéllos que la ven.

 

 
La situación en Francia es muy preocupante. A la vuelta de la esquina, en el mes de abril, se celebran las elecciones en uno de los países más poderosos del mundo.

 

 
La derecha francesa está hecha añicos. Su candidato François Fillon está envuelto en un problema de corrupción flagrante. Su esposa Penelope habría cobrado cerca de un millón de euros por “trabajar” como secretaria parlamentaria, que en realidad nunca lo fue. Se trata de un salario de aviador. Además, en el mejor de los casos, hubiera sido como una secretaria de lujo al haber cobrado tal cantidad de emolumentos. Pero es que los hijos del candidato de la derecha Fillon también están salpicados con problemas parecidos a los de su madre.

 

 
La izquierda francesa está aun peor. Los golpes terroristas que ha cometido el DAESH en Francia en los últimos cuatro años, con atentados espectaculares y decenas de muertos, anuncian la caída del socialismo. Además, la economía en Francia en los últimos años también se ha desplomado.
Y aquí es donde entra el populismo.

 

 

¿Quién se está aprovechando de tanto caos? Marine Le Pen y su partido de Frente Nacional. Esta mujer madura, hija del ultraderechista Jean-Marie Le Pen, al que también traicionó –una felonía a su propio padre, ¿te imaginas, querido lector?- puede convertirse en la próxima Presidenta de la República francesa. No es, en absoluto, descartable.

 

 
Con una sociedad gala, harta de sus políticos, la simpatía hacia una derecha radical cada vez es mayor. Si ese populismo rancio, puro y duro llega a gobernar Francia, podría producirse un efecto dominó en otros países europeos como Holanda o la propia Alemania, donde hay elecciones el próximo septiembre. Pero aunque no fuere así el hecho de tener a una Francia de extrema derecha, habría consecuencias irreparables para toda Europa, empezando por la salida de Francia de la Unión Europea.

 

 
Es terrible un populismo mal entendido. Sin embargo, cuando los políticos de siempre no ofrecen una solución y siguen pensando en su verdad absoluta, ocurren fenómenos como el de Donaldo Trump, y quién sabe si el de Marine Le Pen.