Sé que puede llegar a ser aburrido el asunto de Cataluña. Sin embargo es crucial, no sólo para la propia Cataluña y el resto de España. También para Europa.

 

El Presidente de la Comisión Europea, dijo recientemente que quería ser Presidente de una Unión de 28 estados y no de 90. ¿Qué quería decir con esas palabras? Jean Claude Juncker sabe perfectamente que una Cataluña independiente pondría en graves problemas a la filosofía de la propia Europa. Lo que se busca es llegar a la consecución de unos Estados Unidos de Europa, una unión real de países que conformen un macro estado para poder mirar de tú a tú a las grandes potencias como los Estados Unidos, China o India. En este mundo global la única manera de subsistir y hacerse fuerte es a través de la unión y del consenso.

 

Pero el nacionalismo catalán ha encendido la chispa de otros que estaban hibernados pero que se despiertan al ver la ilegalidad que está cometiendo el presidente catalán Carles Puigdemont.

 

El País Vasco empieza a salir de su letargo, después de que el hacha de la organización terrorista ETA había quedado enterrado –eso sí, con cerca de mil muertes sobre la mesa-. Algunas voces Vascas piden seguir el ejemplo catalán.

 

Pero es que en la propia Europa empiezan a encenderse las alarmas. La Padiama, al Norte de Italia y la Isla de Cerdeña llevan años reclamando un derecho a separarse. Lo mismo ocurre con la isla francesa de Córcega, el Lander de Baviera en Alemania, Escocia en el Reino Unido, las Islas Faroe del Reino de Dinamarca o las islas de Nueva Caledonia cerca de Australia que pertenece a Francia. Ese río que recorre el nacionalismo por toda Europa, se está haciendo cada vez mayor y su caudal empieza a ser potente. Y eso para la Unión Europea es perjudicial y peligroso.

 

Los nacionalismos rancios y anacrónicos siempre han terminado mal. España, fundamente en el siglo XIX vivió en carne propia varias guerras carlistas donde, de una u otra manera el nacionalismo tuvo que ver.

 

Las ansias independentistas de varias regiones españolas son de sobra conocidas. No sólo Cataluña y el País Vasco. También, en menor medida algunos sectores de Galicia, la Comunidad Autónoma de Valencia y las Islas Baleares reclaman intentos de independencia. Es cierto que es marginal pero ahí está.

 

Los nacionalismos rancios y anacrónicos son una enfermedad de difícil curación y siempre terminan mal, tan mal como que la Primera Guerra Mundial comenzó con los nacionalismos.

 

En un momento en el que Europa mira hacia el futuro, con la vista puesta en una unión fuerte, los nacionalismos pueden dar al traste con todo. Pero parece que el presidente catalán lo entiende o no lo quiere entender.

 

 

 

caem